Guerra fría cultural y exilio republicano de 1939: el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz (Wroclaw, 1948)[*]

Manuel Aznar Soler

GEXEL-CEFID-Universitat Autònoma de Barcelona. Edificio B, Campus UAB08193 Bellaterra (Cerdanyola del Vallès), Barcelona

e-mail: Manuel.Aznar@uab.cat

ORCID iD: http://orcid.org/0000-0002-9895-5360

 

RESUMEN

La batalla cultural entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética fue un capítulo más de la «guerra fría» entre ambas superpotencias tras la Segunda Guerra Mundial. En este artículo se estudia la participación de los intelectuales de nuestro exilio republicano de 1939 en el Movimiento de los Partidarios de la Paz impulsado por la Unión Soviética, que se inicia con la intervención de una delegación española en el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz celebrado del 25 al 28 de agosto de 1948 en la ciudad polaca de Wroclaw.

 

ABSTRACT

Cultural Cold War and 1939 Republican Exile: the World Congress of Intellectuals in Defense of Peace (Wroclaw, 1948).- The cultural battle between the USA and the Soviet Union belongs to the chapters of the Cold War held by the two superpowers in the aftermath of World War II. This article studies how the intellectuals of the 1939 Republican exile took part in the Soviet Union-fostered World Peace International Committee of Intellectuals in Defense of Peace Council, which started with the participation of a delegation of Republican intellectuals in the World Congress of Intellectuals for Peace, held in Wrocław (Poland) on August 25-28, 1948.

 

Recibido: 2 de enero de 2017. Aceptado: 10 de enero de 2017

Citation / Cómo citar este artículo: Aznar Soler, Manuel (2018) «Guerra fría cultural y exilio republicano de 1939: el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz (Wroclaw, 1948)». Culture & History Digital Journal, 7 (1): e009. https://doi.org/10.3989/chdj.2018.009

PALABRAS CLAVE: Guerra fría cultural; Unión Soviética; Intelectuales; Exilio republicano español de 1939; Congreso de Wroclaw en 1948.

KEYWORDS: Cultural Cold War; Soviet Union; Intellectuals; Spanish 1939 Republican Exile; 1948 Wrocław Congress.

Copyright: © 2018 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).


 

CONTENTS

RESUMEN

ABSTRACT

I

II

III

IV

NOTAS

BIBLIOGRAFÍA

La lectura del libro escrito por la historiadora británica Frances Stonor Saunders sobre La CÍA y la guerra fría cultural viene a documentar el interés de los Estados Unidos, tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, por desarrollar, junto a su política internacional, un trabajo específico sobre la intelectualidad occidental no comunista. En efecto, durante más de veinte años «el espionaje estadounidense» creó un frente cultural complejo y extraordinariamente dotado económicamente, en Occidente, para Occidente, en nombre de la libertad de expresión. A la vez que definía la «guerra fría» como «batalla por la conquista de las mentes humanas», fue acumulando un inmenso arsenal de armas culturales: periódicos, libros, conferencias, seminarios, exposiciones, conciertos, premios (Stonor Saunders, 2001: 14). A partir de 1945 la «guerra fría» entre Estados Unidos y la Unión Soviética (en rigor, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS), antiguos aliados contra el fascismo internacional durante la Segunda Guerra Mundial, constituyó una realidad política que determinó el curso de la historia hasta por lo menos 1989, con la caída del muro de Berlín como símbolo del fracaso del comunismo soviético. Pero en su valioso libro la historiadora británica centra su estudio en los intelectuales de países como Francia e Inglaterra y apenas se refiere a España y América Latina. Faltaba, por tanto, el capítulo español y latinoamericano de esa «guerra fría» cultural y literaria que tiene en la revista Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, cuyo primer número apareció en París en marzo-mayo de 1953 dirigida por Julián Gorkin (Glondys, 2014), su testimonio más elocuente. Y ese capítulo han acertado a investigarlo ya tanto Olga Glondys (2012) en el caso de España y América Latina como Patrick Justus Iber (2011) exclusivamente en el de América Latina.

Sin embargo, lo que aún se ha estudiado poco y mal entre nosotros son las diversas iniciativas culturales promovidas en Europa durante este periodo de «guerra fría» por la Unión Soviética en defensa de la paz. Una URSS que ya durante los años treinta había desarrollado una activa política de agitación y propaganda entre los intelectuales del mundo entero con los valores del antifascismo, de la paz (no se olvide, por ejemplo, el Congreso de Ámsterdam en 1932) y de la defensa de la cultura, amenazada realmente por el ascenso de los fascismos, como valores que podían compartir tanto los comunistas militantes como los «compañeros de viaje» del Frente Popular. Y si Willi Munzenberg había sido el cerebro del Kremlin entre la intelectualidad europea antes de la Segunda Guerra Mundial, según ha documentado por ejemplo Stephen Koch (1997), Stonor Saunders menciona ahora al estonio Michael Josselson, al ruso blanco Nicolas Nabokov y al judío norteamericano Melvin Jonah Lasky como los agentes de la CIA que protagonizaron aquella política de «guerra fría» cultural. Porque, en efecto, si la propaganda de los Estados Unidos asumió la palabra «libertad» como bandera anticomunista, la Unión Soviética enarboló la palabra «paz» como bandera anticapitalista contra el imperialismo norteamericano en aquella «guerra fría» cultural. Así, la CIA institucionalizó algunos conceptos claves («mentira necesaria», «negación creíble» o «acción encubierta») (Stonor Saunders, 2001: 17, 63-65) como estrategias legítimas en tiempos de paz que tenían como objetivo la defensa del valor de la «libertad» contra la propaganda de la «paz» soviética.

ITop

Desde el 6 de agosto de 1945, día en que los Estados Unidos arrojaron la primera bomba atómica sobre Hiroshima, hasta que la agencia soviética TASS confirmó el 25 de septiembre de 1949 la explosión en abril de ese mismo año de una bomba atómica, el fantasma de una tercera guerra mundial recorrió el mundo. Sin embargo, ese equilibro nuclear entre ambas potencias hegemónicas vino a aliviar la tensa angustia. Porque, tras el horror de la Segunda Guerra Mundial, la lucha por la hegemonía mundial entre las dos antiguas potencias aliadas había hecho estallar una «guerra fría» que vivía entonces sus años más calientes.

Tras los acuerdos de Yalta y el reparto en febrero de 1945 de las llamadas «esferas de influencia» entre los aliados, una serie de hechos políticos fueron agravando la tensión política internacional: la exposición de la llamada doctrina Truman en marzo de 1947, el anuncio del Plan Marshall en la Universidad de Harvard el 5 de junio de 1947, la crisis de Berlín (junio de 1948-mayo de 1949), la firma del Pacto Atlántico por el que se creaba la OTAN (abril de 1949) y la aprobación por el Congreso norteamericano del suministro de armas a los países miembros de la OTAN (septiembre de 1949). Proceso histórico y hechos políticos que provocaron la respuesta paralela de la URSS: disolución del Komintern y creación en 1947 del Kominform (acrónimo en ruso de Oficina de Información Comunista); discurso de Zdanov el 5 de octubre de 1947 en la reunión constituyente del Kominform, celebrada en Belgrado; resolución de condena de Tito y de la dirección del Partido Comunista de Yugoslavia por parte del Kominform el 28 de junio de 1948; y, por último, nacimiento oficial el 1 de octubre de 1949 de la República Popular China de Mao Tse-tung.

Fernando Claudín alude a la política del Kominform y afirma que «el único aspecto de la nueva línea que tomó cuerpo en cierta medida, aunque en un plano casi exclusivamente propagandístico», fue precisamente el que ahora más nos interesa, el de la «lucha por la paz»:

La crisis de Berlín (junio de 1948-mayo de 1949), la conclusión del Pacto Atlántico (abril de 1949), la aprobación por el Congreso americano de 1949 del suministro de armas a los miembros del pacto por valor de 1.500 millones de dólares, el comunicado de Tass (25 de septiembre de 1949) confirmando la explosión de una bomba atómica soviética en abril de aquel año -la primera noticia fue dada por Truman unos días antes- y revelando que la URSS poseía la bomba desde 1947, la guerra de Corea iniciada en junio de 1950; estos y otros jalones de la «guerra fría» fueron agravando la tensión internacional y dieron aparente consistencia al peligro de una nueva conflagración mundial. En la reunión del Kominform, celebrada en noviembre de 1949, la «lucha por la paz» contra la amenaza de una «agresión directa» del imperialismo contra la Unión Soviética, fue definida como la tarea central del movimiento comunista, a la cual debían subordinarse todas sus tareas y objetivos (Claudín, 1977: 526).

Por otra parte, el informe de Zdanov (Claudín, 1977: 424-431) ya había señalado en 1947 como tarea fundamental de la política soviética la de «asegurar una paz democrática duradera» para poder «construir el comunismo» en la URSS, y afirmaba que «conservar la paz» era la «tarea fundamental del periodo de postguerra»: «Hay pocos documentos en la historia del movimiento comunista que reflejen tan transparentemente la subordinación de la lucha revolucionaria mundial a las exigencias de la política exterior soviética como este informe de Zdanov» (Claudín, 1977: 428). Una paz que, obviamente, constituía «una aspiración profunda de los pueblos después de seis años de guerra» (Claudín, 1977: 428). Y una paz que, en palabras del propio Stalin, implicaba por el momento una renuncia de todos los partidos comunistas del mundo «a derrocar el capitalismo y a instaurar el socialismo»:

El actual movimiento por la paz se propone movilizar a las masas populares en la lucha por la conservación de la paz, por conjurar una nueva guerra mundial. Por consiguiente, no tiende a derrocar el capitalismo y a instaurar el socialismo: se limita a fines democráticos de lucha por el mantenimiento de la paz. El actual movimiento por la conservación de la paz se distingue del que existió en el periodo de la primera guerra mundial, el cual, orientado a transformar la guerra imperialista en guerra civil, iba más lejos y perseguía objetivos socialistas (Claudín, 1977: 528-529).

La Unión Soviética, con menos medios económicos que Estados Unidos pero con una militancia intelectual cualificada, una larga experiencia y una maestría indudable en la utilización de la cultura como arma política desde los tiempos de Willi Munzenberg, debía organizar también su propio frente cultural:

Aunque fueron en todo caso minoría los estudiantes, poetas, dramaturgos, novelistas, periodistas o profesores de universidad que militaron activamente en el comunismo, a menudo se trataba de los hombres y mujeres más dotados de su generación (Judt, 2006: 302).

Había que luchar, frente a la amenaza de una tercera guerra mundial, por la paz, y esa «lucha por la paz», como la denominó la prensa comunista, se desarrolló en el frente cultural mediante la «Batalla del Libro» (adviértase el lenguaje característicamente militar leninista) (Judt, 2006: 334). Y para ello nada mejor que apelar, como en los años treinta, al antifascismo como elemento aglutinador: «El antifascismo de los resistentes era el único motivo seguro e incontestable que todos podían compartir» (Judt, 2007: 251). Un antifascismo que, en aquel contexto histórico y político, implicaba una vinculación con la Unión Soviética:

Si el renacer del fascismo era un peligro, tenía perfecto sentido alinearse con la única fuerza continental capaz de bloquearlo: el movimiento comunista y el Ejército Rojo. Estos sentimientos se exacerbaron y se agudizaron con el hundimiento de la alianza de posguerra y el comienzo de la Guerra Fría (Judt, 2007: 252).

Además, en la memoria colectiva europea seguía muy viva la convicción de que la derrota militar del nazismo alemán había comenzado en las batallas de Kursk y, sobre todo, Stalingrado:

Para muchos europeos, su primera experiencia de movilización política fueron las ligas antifascistas, los frentes populares de la década de 1930. Para la mayoría, la Segunda Guerra Mundial era recordada como una victoria sobre el fascismo. (…) El «antifascismo» constituía un vínculo tranquilizador y ecuménico con una época menos complicada.

(…)

El «antifascismo», con su trasfondo de resistencia y alianza, también estaba relacionado con la persistencia de la favorable imagen de la Unión Soviética de la época de la guerra, la sincera simpatía que muchos europeos occidentales sentían por los heroicos vencedores de Kursk y Stalingrado (Judt, 2006: 322-323)

Por ello, «el impulso por la paz y la defensa del comunismo se fundieron en un único tema»:

Desde 1946 y hasta la muerte de Stalin ningún otro tópico fue tan dominante en las discusiones públicas, bien de manera directa, bien de un modo subliminal. La defensa de la democracia y la preservación de la paz se fundieron en un mismo objetivo, el deber primordial del escritor (Judt, 2007: 253).

La política cultural soviética supo aprovechar el crecimiento espectacular del humanismo pacifista en buena parte de la intelectualidad antifascista mundial, porque la «paz», «la clave de la estrategia cultural soviética» (Judt, 2006: 331), constituía un valor prestigioso y en ascenso que podía volver a aglutinar en torno a ese frente cultural antifascista no sólo a los intelectuales militantes, sino también a muchos simpatizantes, los llamados «compañeros de viaje». Una intelectualidad antifascista y pacifista que, a pesar de la tragedia histórica que representó el hecho de que Stalin, desde los procesos de Moscú a los gulags, se hubiese convertido ya en el amo de la palabra «comunismo», se sentía aún atraída y seducida por una Unión Soviética que constituía entonces la esperanza en un socialismo que construyera una sociedad más justa que la conseguida por el capitalismo:

Los diversos movimientos pacifistas y sus reuniones estuvieron dirigidos de manera ostensible por comités compuestos por figuras influyentes y de reconocido prestigio, pero en la práctica estuvieron controlados, como sus antecesores de los años treinta, por funcionarios comunistas que trabajaban sin descanso, la mayoría radicados en Praga. Lograron reunir millones de firmas (aunque la mayor parte fueron adhesiones «voluntarias» en el bloque comunista, o bien de miembros de los distintos partidos comunistas), y no cabe duda de que las iniciativas de paz de los comunistas supusieron un gran incremento de su atractivo y de su legitimidad a ojos de los intelectuales no comunistas (Judt, 2007: 255).

IITop

No es de extrañar por tanto que en la ciudad polaca de Wroclaw, la antigua Breslau alemana, se desarrollara, entre el 25 y el 28 de agosto de 1948, el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz y que esta iniciativa pacifista fuese impulsada y protagonizada tanto por los intelectuales comunistas militantes como por los llamados «compañeros de viaje»:

La organización del llamado «Movimiento por la paz» comenzó en 1948. En agosto de ese año, se celebró en Polonia el congreso mundial de intelectuales por la paz, en noviembre el congreso nacional de los «combatientes de la paz» franceses, y en los meses siguientes tuvieron lugar diversas asambleas de análogo carácter en otros países europeos. Del 20 al 25 de abril de 1949 se reunió en París y Praga el primer Congreso mundial de «combatientes de la paz», estando representados 72 países. Según los documentos del congreso, para esas fechas había ya 600 millones de «combatientes de la paz» organizados. (…) La participación de algunas personalidades no comunistas del mundo científico y artístico, junto con la inflación publicitaria de cifras cuya exactitud era imposible controlar, podía producir a los no advertidos la impresión de que el movimiento desbordaba el campo político y social habitualmente influido por los comunistas. En realidad no era así, y en los medios dirigentes de los partidos comunistas se tenía conciencia de ello. Los «comités por la paz» creados en ciudades, barrios, empresas, etc., estaban constituidos -salvo raras excepciones- por comunistas y simpatizantes (Claudín, 1977: 526-527).

A ese Congreso de Wroclaw siguieron muchos otros en diversos países, pero mención especial merece, sin embargo, la iniciativa audaz del Kominform de organizar una Conferencia Cultural y Científica para la Paz Mundial en la propia ciudad de Nueva York, que se inauguró el 25 de marzo de 1949 en el hotel Waldorf Astoria y a la que asistieron algunos de los más prestigiosos escritores norteamericanos: por ejemplo, Dashiell Hammett, Lillian Hellman o Arthur Miller, entre otros. Una Conferencia que se desarrolló de una manera tan crispada como polémica y que Stonor Saunders califica como «una audaz trama para manipular a la opinión pública norteamericana en su propio terreno» (Stonor Saunders, 2001: 75), al tiempo que destaca «el impresionante número de compañeros de viaje asistentes al Waldorf» (Stonor Saunders, 2001: 76). Pocos días después, el 20 de abril de 1949, se realizó en París la apertura del Congreso Mundial por la Paz, presidido por Fréderic Joliot-Curie, prestigioso científico francés y Premio Nobel. Un Congreso que obtuvo una gran resonancia internacional y para el que Picasso regaló su famosa paloma, «que entregó a Ilya Ehrenburg en abril de 1949, cuyo origen había sido un juego visual ‘a la manera de Matisse’ pintada meses antes» (Robles Tardío, 2011: 24), y «que había dibujado sin intención política (…): el dibujo terminó convirtiéndose en la imagen del cartel del congreso» (Robles Tardío, 2011: 17). Un Congreso que reunió también a intelectuales comunistas y a «compañeros de viaje» y que impulsó una recogida de firmas a favor de la paz que sólo en Francia consiguió seis millones de adhesiones (Courtois, 1958).

Por otra parte, el 16 de marzo de 1950, se inauguró en la capital de Suecia el Congreso de los Partidarios de la Paz, que en su sesión de clausura aprobó el día 19 el «Manifiesto de Estocolmo», que abogaba por «la prohibición absoluta del armamento atómico», un Manifiesto que, según los organizadores, suscribieron más de seiscientos millones de personas en todo el mundo (Claudín, 1977: 528). A continuación, el 16 de noviembre de 1950, con el paradójico telón de fondo de la guerra de Corea y al no haberse podido celebrar en la ciudad británica de Sheffield, se inauguró en Varsovia el Segundo Congreso de los Partidarios de la Paz. Un Congreso al que asistieron, entre otros, Rafael Alberti y José Bergamín y en cuya sesión de clausura, celebrada el día 22, se aprobó la creación de un Consejo Mundial de la Paz en el que se integraron por parte española el político republicano José Giral, el arquitecto comunista Manuel Sánchez Arcas y el escritor católico José Bergamín. En este Segundo Congreso se aprobó también, en nombre de la paz, un lema que incitaba lúcidamente a la lucha: «¡La paz no se espera, se conquista!», que recuerda la afirmación de Malraux en su discurso en la clausura del Primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en París en junio de 1935: «La herencia no se transmite, se conquista» (Aznar Soler, 1987: 475). Por último, del 12 al 19 de diciembre de 1952, se celebró en Viena el Congreso de los Pueblos por la Paz, al que asistieron mil novecientos cuatro delegados, invitados y observadores que representaban a ochenta y cinco países del mundo (Aznar Soler, 2017a, 2017b).

IIITop

El Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz se celebró, como hemos dicho, en la ciudad polaca de Wroclaw del 25 al 28 de agosto de 1948. En él participaron intelectuales de cuarenta y cinco países y, entre ellos, una delegación española compuesta finalmente por cinco hombres:

La intelectualidad de la España auténtica ha estado allí presente en las personas de nuestros compañeros D. José Giral, D. Honorato de Castro, D. Pablo Picasso, D. Wenceslao Roces y D. Félix Montiel. Otros miembros de la presidencia de nuestra U[nión de] I[ntelectuales] E[spañoles] -Sres. Quiroga Plá, Herrera y Martínez Risco- no pudieron desplazarse por razones personales, mientras que el Dr. Márquez tampoco pudo asistir por haberle sido negado el visado de tránsito norteamericano. Intolerancia ésta que, por desgracia, se ha visto repetida con una nueva negativa a los Sres. Giral y De Castro, a su regreso de Wroclaw. (Anónimo, 1948a: 2).

Esta delegación española estaba compuesta políticamente por dos militantes de Izquierda Republicana (Giral y de Castro) y por tres comunistas: Montiel y Roces, del Partido Comunista de España (PCE), y Picasso, del Partido Comunista Francés, composición que constituía por tanto un ejemplo de unidad antifascista, tal y como resaltaba el propio Roces:

Hombres de diversas tendencias y mentalidades, unidos por el amor supremo a la patria común, a su destino y a su cultura, aparecieron perfectamente compenetrados en la Delegación española ante el Congreso de la gloriosa ciudad polaca, como ejemplo de unidad intelectual. (Roces, 1948a: 1-2).

El desarrollo del Congreso se resume en las páginas de Mundo Obrero, órgano oficial del Partido Comunista de España, con las siguientes palabras:

El Congreso Internacional de intelectuales celebrado en Wroclaw ha constituido un acontecimiento histórico de primera importancia.

El problema de la defensa de la paz ha movilizado a las figuras más eminentes de la ciencia, del arte y de la literatura de 45 países y en la ciudad polaca, durante tres días, ha tenido lugar un cambio de ideas entre los representantes de la cultura y como resultado de ello, una toma de posición de los intelectuales en defensa de la paz, de la libertad, indisolublemente unidas ambas a la defensa de la cultura.

En la discusión intervinieron destacadísimas figuras de la ciencia, del arte y de la literatura de diversos países. En ella se proclamó la decisión de los trabajadores de la intelectualidad de combatir a los monstruos del género humano, a los incendiarios de la guerra. Entre las intervenciones hubo una destacadísima del jefe de la delegación soviética, secretario de la Unión de Escritores de la U.R.S.S. y miembro del Comité Central del Partido Comunista bolchevique, camarada Alejandro Fadeiev.

En las informaciones publicadas sobre la intervención de Fadeiev se señala que el gran escritor soviético dijo que son los imperialistas americanos quienes dirigen el campo reaccionario, cuya frontera pasa no solamente por cada ciudad y por cada aldea, sino que incluso puede decirse, por cada dominio de la actividad social, incluidos los de la cultura, las ciencias y las artes.

Fadeiev añadió:

(…)

Los intentos de extirpar por la fuerza la cultura de vanguardia, que tan vivamente recuerdan los métodos hitlerianos, constituyen un aspecto de la contienda, a la que contribuye también el asalto desenfrenado de expansión ideológica del capital norteamericano. Sus películas, que representan el [ilegible] por ciento de la producción total, asfixian la industria cinematográfica de toda Europa. Los libros truculentos, los folletones, los libros detectivescos y pornográficos desalojan de los mercados a los libros de Europa. La literatura reaccionaria, los Reader Digest, Life, etc., se encuentran expuestos, en millones de ejemplares, en los kioscos de Europa; se editan en muchos idiomas y desalojan a las revistas nacionales…

La defensa de la cultura, la lucha por la paz y la democracia es la causa común de los pueblos de todo el globo terráqueo. En el transcurso de tres décadas, el Estado soviético ha actuado invariablemente como defensor de la paz y de la cultura, como defensor de la independencia y de la cultura de los pueblos (Anónimo, 1948g: 4).

Lógicamente, Mundo Obrero destacó la intervención del «camarada Alejandro Fadeiev», el «jefe de la delegación soviética», que, desde el discurso de Zdanov en Moscú el 17 de agosto de 1934 durante el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, había impuesto el realismo socialista como dogma estético (Sánchez Vázquez, 1970, II: 235-240). Y, en este sentido, no me resisto a reproducir una conversación en este Congreso de Wroclaw entre Fadeiev y Picasso que relata Ehrenburg y que me parece muy reveladora de hasta qué punto el hecho de que Picasso hiciera compatible la militancia política comunista con la libertad artística de su particular «realismo», personal, intransferible y antidogmático, desconcertaba e incomodaba a ortodoxos como Fadeiev:

Hice de intérprete durante el primer contacto entre Fadeiev y Picasso en Wroclaw. La conversación se desarrolló como sigue:

Fadeiev.- Prefiero decírselo sin rodeos: hay algunas obras suyas que no comprendo. ¿Por qué se decanta a veces por una forma inaccesible?

Picasso.- Camarada Fadeiev, dígame si le han enseñado a leer en la escuela.

Fadeiev.- ¡Por supuesto!

Picasso.- ¿De qué modo?

Fadeiev.- (con su risa cristalina).- B-a, ba…

Picasso.- B-a, ba: ¡como yo! ¿Y le han enseñado a comprender la pintura?

Fadeiev se rió y cambió de tema (Robles Tardío, 2011: 237).

Picasso, quien encuentra en el Movimiento por la Paz «una vía para militar a un nivel que le gusta, pero deja que Aragon escoja, entre otras litografías naturalistas, la de una Paloma que se convertirá en el emblema del nuevo movimiento» (Daix, 2004: 68) y cuyo «papel más militante dentro del Partido Comunista fue el de ‘partisano de la paz’, un papel por el que le concedieron el Premio Stalin de la Paz en 1950 y el Premio Lenin de la Paz en 1962» (Utley, 2004: 46), fue, sin duda, el miembro más popular de la delegación española y uno de los congresistas más célebres y queridos por el pueblo polaco de Wroclaw en aquel Congreso de 1948. Un Congreso que, por cierto, «le hizo volar en avión por primera vez en su vida» (Desanti, 1949: 147) y que siguió con suma atención porque, según el testimonio del propio Ehrenburg, «solía pasarse el congreso entero, ya fuera en Wroclaw o en París, con los cascos puestos, atento a los discursos» (Robles Tardío, 2011: 240). Y un Picasso que, según el testimonio de la propia Desanti, experimentó una intensa emoción cuando subió a la tribuna: «Jamás el pintor más célebre del mundo se emocionó tanto como la tarde en que propuso, ante la tribuna del Congreso, el voto para una moción en favor de Pablo Neruda» (Desanti, 1949: 150). No olvidemos las razones que había explicado Picasso para justificar su afiliación al Partido Comunista Francés (PCF) en octubre de 1944:

Mi adhesión al Partido Comunista es la continuación lógica de toda mi vida, de toda mi obra. Nunca -y me enorgullece decirlo- he considerado la pintura como un arte de simple divertimento, como una mera distracción. A través del dibujo y del color, pues esas son mis armas, he querido ahondar en el conocimiento del mundo y de la humanidad, con el propósito de que este conocimiento nos haga más libres cada día. He tratado de expresar a mi manera lo que yo consideraba más cierto, más justo, lo mejor y, obviamente, eso coincidía siempre con lo más hermoso, como bien saben los más grandes artistas.

Sí, soy consciente de haber luchado en todo momento a través de mi pintura como un verdadero revolucionario. Sin embargo, ahora sé que eso no basta: estos años de terrible represión me han enseñado que debo combatir no solo con mi arte, sino con todo mi ser…

Por eso he ingresado en el Partido Comunista sin el menor titubeo, pues en el fondo he estado con él desde siempre. Aragon, Éluard, Cassou, Fougeron, todos mis amigos lo saben de sobra. Si no me afilié antes fue, en cierto modo, por «inocencia», porque creía que bastaba con mi obra y mi adhesión de corazón, pero ya entonces era mi partido. ¿Acaso no es el partido que más se esfuerza por conocer y construir el mundo, por hacer a los hombres de hoy y de mañana más lúcidos, más libres y más felices? ¿Acaso no son los comunistas quienes han mostrado mayor coraje tanto en Francia y la URSS como en mi propia España? ¿Cómo iba a titubear? ¿Por miedo a comprometerme? ¡Al contrario! ¡Si jamás he sentido mayor libertad, mayor plenitud! Y, además, anhelaba encontrar una patria: siempre he sido un exiliado, ahora ya no lo soy. A la espera de que España pueda por fin acogerme, el Partido Comunista Francés me ha recibido con los brazos abiertos; en él he encontrado a quienes más aprecio, a los hombres más sabios, a los mejores poetas, y a todos esos rostros de insurgentes parisinos, tan bien parecidos, que vi durante las jornadas de agosto. ¡Estoy de nuevo con mis hermanos! (Robles Tardío, 2011: 48-49).

Picasso, muy lejos del realismo socialista, había pintado, pintaba e iba a seguir pintando «a su manera», con sus armas, que eran los pinceles: «Su comunismo fue más político que artístico» (Robles Tardío, 2011: 21). Pero el pintor había aprendido durante los años de la Segunda Guerra Mundial que combatir sólo con su arte era insuficiente. Por eso, exiliado republicano en París «a la espera de que España pueda por fin acogerme», ingresaba en el PCF porque era el partido que luchaba «por hacer a los hombres de hoy y de mañana más lúcidos, más libres y más felices»; el partido que había demostrado «mayor coraje tanto en Francia y la URSS como en mi propia España» en las dos guerras contra el fascismo internacional; el partido de «los hombres más sabios», de «los mejores poetas»; el partido, en fin, en el que había encontrado «una patria: siempre he sido un exiliado, ahora ya no lo soy». Unas palabras que Pol Gaillard apostillaba en L’Humanité con el orgullo y la convicción de que la vanguardia artística, intelectual y literaria en Francia militaba en el PCF:

Es cierto que, en nuestra calidad de comunistas, no debemos tomar partido por una u otra escuela de poetas o pintores; la admiración que muchos de nosotros experimentamos ante los lienzos de Picasso, donde tras el asombro inicial descubrimos un abanico de hermosas novedades, queda relegada al terreno del gusto estético. Aun así estamos muy orgullosos de tener en nuestras filas, al lado de Langevin y Joliot-Curie, de Aragon y Éluard, a un hombre cuyo genio es reconocido por los más grandes pintores del mundo: como en cualquier otro ámbito, los comunistas vamos a la cabeza del prestigio intelectual y artístico de Francia (Robles Tardío, 2011: 50).

Orgullo y convicción que compartía también Ehrenburg cinco años después: «Yo acababa de publicar un artículo en una gaceta literaria, no sobre la pintura sino sobre la lucha por la paz -corría el año 1949-, en el que defendía que los mejores espíritus de occidente estaban con nosotros, entre ellos Picasso» (Robles Tardío, 2011: 241).

Por su parte, la crónica de España Popular, publicación editada en México por el Partido Comunista de España, era más extensa y precisa que la de Mundo Obrero:

El Congreso Mundial de Intelectuales que acaba de celebrarse en la ciudad de Wroclaw, de Polonia, ha clausurado sus tareas aprobando importantes resoluciones en defensa de la paz y de la democracia de los pueblos.

Más de quinientos delegados de 48 países del mundo entero, entre los cuales figuraron los más altos representantes de la cultura de nuestro tiempo, denunciaron enérgicamente al «puñado de gentes egoístas, de Europa y América, que están buscando la guerra», es decir, los círculos reaccionarios imperialistas, capitaneados por Wall Street.

Basta conocer algunos de los nombres que participaron en este Congreso para calibrar la importancia de sus decisiones y la trascendencia de sus acuerdos, que se proponen movilizar a la intelectualidad del mundo y a las masas trabajadoras y democráticas de todos los países para evitar una nueva guerra, que únicamente pugnan e instigan los magnates del capital monopolista y financiero, y sus agentes. A este importante Congreso acudieron, entre otras figuras, cuya enumeración sería interminable: Harlow Shapley, astrónomo y Director del Observatorio de la Universidad de Harvard; Joe Davidson, escultor norteamericano; Albert E. Kahn y Howard Fast, escritores norteamericanos; J. B. S. Haldane y Louis Golding, de Gran Bretaña; Alexander Fadeiev, Piotr Fedeyev [sic] e Ilya Ehrenburg, de la Unión Soviética; esposos Joliot-Curie y Louis Aragon, de Francia; Martin Andersen Nexo, de Dinamarca; Jerzy Borejsza y V. Iwaskiekics [sic], de Polonia; Jan Mukarovsky, de Checoeslovaquia; Pablo Neruda, de Chile; Aimé Césaire, de la Martinica; Renato Guttuso y Emilio Sereni, de Italia; Jorge Amado, del Brasil; Mulk Raj Apand, de la India, etc., etc., es decir, la representación cultural más destacada en el campo de la ciencia, de la literatura y del arte de todos los países de la tierra.

La Delegación española estuvo representada, entre otros, por don José Giral, Catedrático de la Universidad de Madrid y Ex presidente del Consejo de Ministros de la República Española; por el ilustre pintor Pablo Picasso; por el geólogo Honorato de Castro; por el catedrático de la Universidad de Salamanca, Wenceslao Roces, etc., no pudiendo acudir el eminente sabio español don Manuel Márquez, obstruccionado por el Departamento de Estado norteamericano, que le negó su visa de tránsito.

El Congreso aprobó un Manifiesto de Paz que condena vigorosamente a los instigadores de una tercera guerra mundial, proponiendo que se reúnan Congresos Nacionales Culturales para la defensa de la paz en todos los países y que se constituyan Comités Nacionales en pro de la Paz en todos los lugares del mundo. Al mismo tiempo, aprobó establecer en París una Comisión Internacional de Defensa de la Paz, la cual tendrá como objetivo fundamental la coordinación de la propaganda y todas las actividades tendentes a la conservación y fomento de la paz mundial y a combatir implacablemente a los «grupos de hombres egoístas» que tratan de provocar una nueva guerra.

Entre los acuerdos más importantes de esta Asamblea, figura la condenación del régimen fascista de Grecia y la denuncia contra las persecuciones de escritores y hombres de ciencia norteamericanos, sinceros amigos de la paz y de la democracia.

La cuestión española ha merecido una atención especial por parte de este Congreso, el cual acordó exhortar a las Naciones Unidas a que realicen una intervención eficaz y decidida para que desaparezca el régimen franquista, el cual, según resolución aprobada por unanimidad, constituye una gran amenaza para la cultura y para la paz; proponiendo en este sentido que todos los Gobiernos del mundo acuerden la ruptura de toda clase de relaciones diplomáticas y económicas con la dictadura de Franco, cuyo régimen debe ser aislado definitivamente, ayudando de esta manera a los heroicos esfuerzos que realiza el pueblo español en su epopeya de liberación nacional.

En nombre de la Delegación de la República Española informó al Congreso de Intelectuales don José Giral, recomendando se pidiese a las Naciones Unidas, cuya Asamblea se reunirá en París en fecha próxima, el aislamiento del régimen de Franco como un tremendo peligro para la paz mundial. Aportando numerosos datos al respecto, el señor Giral agregó: «La lucha por la paz está inseparablemente entretejida con el problema del régimen de Franco, que es un régimen de terror, de esclavitud y de fascismo. España en manos de Franco es un inmenso arsenal para una guerra que envolverá al mundo entero». Añadiendo: «que esperaba que la ONU aislaría a la España de Franco diplomática, cultural y moralmente».

La Delegación española al Congreso de Intelectuales a favor de la Paz, merece el aplauso y la gratitud de todo el pueblo español, de dentro y fuera del país, por su noble conducta defendiendo valientemente la causa republicana ante los intelectuales del mundo entero, más aún cuando esta patriótica actitud contrasta con los propósitos obscuros de «otras gentes», que todavía se dicen republicanas y democráticas y procuran tramar toda clase de maquinaciones y componendas con los eternos enemigos del pueblo español y de la libertad.

Las conclusiones aprobadas en este grandioso Congreso, condenando a los residuos nazifascistas, a los grupos reaccionarios imperialistas y a los provocadores de guerra de todas las calañas, deben ser puestas en práctica con entusiasmo, decisión y rapidez por los intelectuales y las masas populares democráticas de todos los países que execran los afanes de dominación mundial del imperialismo, anhelan el libre desarrollo cultural de las naciones y defienden intransigentemente la independencia y soberanía nacional de sus propias patrias.

Éstos son los propósitos de los intelectuales reunidos en Wroclaw, que representaban a millares y millares de intelectuales de todos los Continentes que mandaron su adhesión más fervorosa a dicho Congreso y entre los cuales podemos citar al sabio Einstein y al exvicepresidente de los Estados Unidos Henry A. Wallace, el cual en su mensaje proclamó: «que la Nación norteamericana no desea la guerra y que es indispensable evitar a toda costa las maniobras de los trusts de Wall Street empeñados en desatar una tercera guerra mundial, la cual indudablemente sería un desastre para toda la humanidad».

El frente democrático y antiimperialista internacional avanza y se fortifica cada día, adquiriendo nuevas posiciones de combate para destruir los manejos sombríos de los círculos imperialistas, que están apuntalando a Franco y procurando por todos los medios impedir que nuestro pueblo reconquiste su independencia y su libertad. Las decisiones del Congreso de Intelectuales a favor de La Paz alientan la lucha guerrillera del pueblo español y llaman a las masas democráticas del mundo a prestar la más efectiva solidaridad a la España democrática y republicana, que derramó su sangre en cien batallas históricas defendiendo la cultura, el progreso y la democracia para todos los países de la tierra (Anónimo, 1948e: 4).

Es obvio que ambos textos coinciden en denunciar al imperialismo norteamericano, a esos «círculos reaccionarios imperialistas, capitaneados por Wall Street», como una amenaza para la paz mundial. Unos Estados Unidos que, por otra parte y según recuerda Roces, estaban ayudando a consolidar una dictadura militar en España:

He aquí por qué los auténticos intelectuales reunidos en Wroclaw que, por serlo, son a la par hombres de aguda sensibilidad política, estrechamente hermanados a sus pueblos y a las luchas de sus pueblos, no podían por menos de denunciar el atentado que para la cultura, para la democracia y para la paz representa la descarada ayuda del imperialismo yanqui-británico a los secuestradores de la España heroica e inmortal (Roces, 1948a: 2).

Ante este panorama de «guerra fría», ante este dilema entre Estados Unidos y la Unión Soviética, entre guerra y paz, no había espacio entonces para las llamadas «terceras vías»:

El Congreso de Wroclaw ha testimoniado que también en el campo de la intelectualidad y de la cultura son poderosas las fuerzas de la democracia y se hallan en condiciones de dar y ganar la batalla a los enemigos del progreso y de la humanidad. No faltaron, allí, las voces del intelectualismo «apolítico», evadido aparentemente de la realidad y que es, sin embargo, hoy, instrumento consciente o inconsciente de quienes tratan de desviar a los pueblos y a los intelectuales, que son carne y espíritu de ellos, de la trayectoria certera de sus luchas. Pero sus voces, débiles y aisladas -prueba patente, por otra parte, de que el Congreso de Wroclaw no fue el fruto de amaños o componendas, sino el exponente democrático y vivo de la intelectualidad del mundo de hoy- se perdieron entre el clamor casi unánime de quienes ven claro y están decididos a obrar firme. (Roces, 1948a: 2).

Y el propio Roces, en una entrevista publicada al mes siguiente en la misma España Popular, resultaba aún más explícito en este sentido:

En Wroclaw, con precisión y claridad genuinamente intelectuales, se llamó a las cosas por sus nombres: se denunció, como atentatorio para la cultura, para la paz y para las libertades, el expansionismo imperialista de la reacción norteamericana gobernante y se proclamó que la verdadera cultura, creadora y abierta sobre el porvenir, se salvará estrechamente unida a la lucha de los pueblos, encabezada por la Unión Soviética y por las democracias populares surgidas de la victoria sobre el fascismo. Las maniobras de una reducida minoría, mangoneada por Julián Huxley, el director de la UNESCO, por conducir al Congreso a una declaración puramente verbal, lírica e inoperante, encuadrando a los intelectuales en el marco de la llamada «tercera fuerza», que no es, en realidad, otra cosa que una fuerza auxiliar del imperialismo yanqui, resultaron fallidos. Los intelectuales representados en Wroclaw, es decir, lo más sano y prestigioso de la intelectualidad del mundo, supieron ver claro que los enemigos de la cultura son, exacta y concretamente, los mismos enemigos de los pueblos, de la democracia y de la libertad, que hoy tienen por exponente y adalid al imperialismo yanqui, como ayer tenían al fascismo de Hitler y Mussolini. (Anónimo, 1948j: 1-2)

Porque, ciertamente, tal y como defendió el doctor Giral en un acto organizado por la Unión de Intelectuales Españoles de Francia en el Hotel Lutetia de París inmediatamente después de la clausura del Congreso de Wroclaw, los intelectuales, en aquel contexto histórico, no podían «desinteresarse de los problemas morales, políticos y económicos»:

Habla después de la labor de los intelectuales republicanos en el destierro, expresando que, desde el primer momento, han estado trabajando como intelectuales. Pero esto no quiere decir aislados de los otros problemas, pues los intelectuales no pueden desinteresarse de los problemas morales, políticos y económicos.

El intelectual no puede aislarse de las ansias y los deseos del pueblo, al cual pertenece.

Continúa diciendo que, en cuarenta y dos años que lleva de profesor, ha mantenido siempre profesión de fe republicana. «Hay, sin embargo, intelectuales que se preguntan: ¿qué tiene que ver la política con nuestra profesión? Sí, tiene mucho que ver. Y yo he considerado como un deber no desligar mi trabajo cultural de mi acción política. El que un intelectual se inhiba de los problemas de su pueblo es, además de un absurdo, una traición.

Ante los intelectuales españoles se presenta -continuó diciendo- una gran responsabilidad, que es su deber aceptar: trabajar por el buen nombre de la España republicana, defender siempre la causa de la República, garantía de la cultura (Anónimo, 1948a:2).

IVTop

Pero lo que más nos interesa, aquí y ahora, es analizar la intervención de la delegación española en este Congreso de 1948, quien presentó la siguiente «Moción», leída en Wroclaw por el doctor Giral:

 

MOCIÓN DE LA DELEGACIÓN ESPAÑOLA

Es para nosotros un gran honor traer a este histórico Congreso la representación de la España republicana. Muchos de los aquí reunidos estuvieron también presentes en el Congreso para la Defensa de la Cultura celebrado en Valencia y Madrid en el año de 1937, bajo los auspicios de la República española en guerra contra sus agresores fascistas, Congreso que fue el antecedente inmediato del actual.

La mayoría de los componentes de nuestra Delegación han venido aquí desde lejanas tierras de México, para traer a esta asamblea de cultura y de paz la voz de la verdadera España, el primer pueblo de Europa que luchó heroicamente contra la barbarie fascista y que hoy, a pesar de sus inmensos sacrificios por la democracia del mundo, continúa sojuzgado por la más terrible de las tiranías.

El homenaje de cariño que en la sesión inaugural habéis tributado al nombre de España, de la España auténtica, de la España republicana, es un testimonio elocuente de la solidaridad inquebrantable de la intelectualidad y la democracia del mundo con la causa de la República española.

No podía el problema de España estar ausente de este Congreso de luchadores por la paz. No en vano la Constitución de la República española proclamaba como uno de sus principios básicos la condenación de la guerra en cuanto instrumento de política.

Ningún hombre sensible puede desconocer hoy que la lucha por la paz se halla inseparablemente unida a la lucha por el aplastamiento del régimen de Franco, impuesto sobre España por el fascismo y sostenido actualmente por quienes tratan de continuar la obra de terror y de esclavizamiento de Hitler y Mussolini. Ningún hombre amante de la paz puede desconocer que el sostenimiento del régimen de Franco, contra la voluntad de todos los españoles, constituye uno de los más peligrosos y agresivos focos de la guerra contra los pueblos. España, en manos de Franco, es un inmenso arsenal bélico, preparado para la guerra contra la democracia y las libertades del mundo.

La actuación diaria del franquismo es una continua agresión, un insulto y un reto constantes contra todo lo que significa la paz y la democracia verdaderas. La prensa del franquismo, la radio, la literatura, el cine, la cátedra, la tribuna, el púlpito, son medios puestos, intensiva y desaforadamente, al servicio de la propaganda de la guerra contra todos los países libres.

La existencia misma del régimen de Franco y su diaria actuación constituyen, al mismo tiempo, la negación más flagrante de todos los valores de la cultura y una acción salvaje de persecución y exterminio físico de la intelectualidad española, fraternalmente unida a la intelectualidad del mundo.

Queremos pronunciar desde esta tribuna, ante el mundo entero, los nombres gloriosos de algunos de los grandes mártires de la cultura española, como Federico García Lorca y Miguel Hernández, nuestros grandes poetas; Leopoldo Alas -rector de la Universidad de Oviedo-, Juan Peset -rector de la Universidad de Valencia y doctor en las cinco Facultades-, Salvador Vila -rector de la Universidad de Granada-, todos ellos asesinados por el franquismo. Son solamente los primeros de una larga lista que incluye a millares de intelectuales sacrificados por defender la soberanía y la dignidad del pueblo español. Miles y miles de ellos sufren hoy cárcel, destierro y persecuciones, por mantenerse fieles a la lucha de todo nuestro pueblo. Por esta misma causa han dado su vida, en el exilio, hombres excelsos y mundialmente conocidos de nuestra cultura, como D. Antonio Machado, D. Blas Cabrera, D. Ignacio Bolívar, D. Pío del Río Hortega, el ilustre compositor Manuel de Falla y cientos más.

Pero España no sólo sufre, sino que también lucha. Lucha su valeroso pueblo, encabezado por las heroicas guerrillas. Luchan, a su lado, los intelectuales patriotas, quienes saben que la causa de la cultura, en España como en el mundo entero, es inseparable de la causa de la libertad.

Para esta lucha el pueblo español, los intelectuales de España necesitan, exigen, la ayuda de todas las fuerzas democráticas del mundo. Una ayuda organizada y activa. Las declaraciones puramente verbales, no bastan. Necesitamos hechos. Mientras España no sea efectivamente dueña de sus destinos, ningún país del mundo podrá sentirse seguro de los suyos, ni la paz mundial podrá considerarse asegurada.

En nombre de todos los intelectuales españoles, en nombre de nuestro pueblo y de nuestra Patria, pedimos a este grandioso Congreso que, entre sus conclusiones, figure una condenando la existencia del régimen franquista, como un peligro para la paz del mundo y una vergüenza para la cultura humana.

Pedimos, asimismo, que el Congreso se dirija a la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas, próxima a reunirse en París, demandando a ella, como condición esencial para la defensa de la paz, el rompimiento de toda clase de relaciones con el régimen franquista, el aislamiento económico, cultural y moral del gobierno de Franco y una política consecuente y efectiva de ayuda a quienes luchan por rescatar la soberanía, la independencia y la democracia para España y por hacer que nuestro país vuelva a ser un factor esencial en la paz, la democracia y el progreso del mundo.

 

Wroclaw, 25 de agosto de 1948

Dr. José Giral.- Pablo Picasso.- Honorato de Castro.- Wenceslao Roces.- Félix Montiel.[1] (Anónimo, 1948d:1-2, 1948c: 1 y 1948f:1-2)

Esta «moción», que asume «la representación de la España republicana», comienza con el recuerdo del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, inaugurado el 4 de julio de 1937 en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Valencia -entonces capital de la República- y que, organizado por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y por la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura de España, celebró también sesiones en Madrid -«capital de la gloria» según Rafael Alberti-, Barcelona y París (Aznar Soler, 2009a). Tras el Primer Congreso Internacional celebrado en junio de 1935 en París (Aznar Soler, 1987), este Segundo Congreso Internacional de 1937 constituyó el acto de propaganda cultural más espectacular organizado por el gobierno republicano durante la guerra civil y tuvo un profundo impacto en la conciencia de la intelectualidad antifascista internacional (Aznar Soler, 2010). Por tanto, la delegación española a este Congreso de Wroclaw conservaba en 1948 la memoria viva de aquel magno Congreso antifascista de 1937, del que se sentían herederos, es decir, herederos de la mejor tradición intelectual española: la tradición democrática, republicana y antifascista. No debemos olvidar que, por ejemplo, Wenceslao Roces era en julio de 1937 el subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes republicano, dirigido entonces por el PCE.

Sin embargo, cabe matizar que el Segundo Congreso Internacional de 1937 fue, fundamentalmente, un Congreso de «escritores» y que este Congreso de 1948, once años después y en el contexto histórico de «guerra fría» en que se inserta, fue un Congreso más bien de «intelectuales», es decir, no sólo de escritores sino también de artistas, catedráticos universitarios y, muy particularmente, hombres de ciencia. Y esta presencia relevante de hombres de ciencia se explicaba por el problema de fondo que se planteaba con toda crudeza en 1948: el de las relaciones entre ciencia y poder político, o mejor, el problema de cómo el poder político, en beneficio de sus propios intereses, podía utilizar y estaba utilizando ya los descubrimientos científicos como armas destructivas contra otros pueblos y, en definitiva, contra la humanidad.

La propia composición de la delegación española constituye una prueba contundente de esta presencia relevante de hombres de ciencia exiliados: además del pintor universal Pablo Picasso, su presidente, José Giral Pereira, era catedrático de Farmacia y había sido presidente del gobierno de la República en el exilio desde el 18 de septiembre de 1945 hasta 1947, mientras que el físico y matemático Honorato de Castro Bonel lo era de Cosmografía y Física del Globo, ambos en la Universidad Central de Madrid. Por su parte, Wenceslao Roces Suárez era catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Salamanca y Francisco Félix Montiel Giménez lo era de Derecho Administrativo en la Universidad de Murcia.

Es cierto que, al margen del parisino Picasso, la delegación española a este Congreso de Wroclaw estaba formada por cuatro intelectuales exiliados en México, donde el 21 de julio de 1947 se habría creado la Unión de Intelectuales Españoles, aunque el primer número de su Boletín no se publicaría hasta el 15 de agosto de 1956 (Aznar Soler, 2008). Sin embargo, este viaje a Europa iba a servir también para ponerse en contacto directo con los intelectuales de la Unión de Intelectuales Españoles en Francia, que editaba ya desde diciembre de 1944 un Boletín en el que se hicieron eco de esta presencia de una delegación española en Wroclaw y que organizó posteriormente, como ya hemos mencionado, un acto conjunto en el Hotel Lutetia de París.

Una convicción reiterada a lo largo del texto es la de que esta delegación habla en nombre de «la verdadera España», «de la España auténtica, de la España republicana», de la España antifascista y republicana. Y esta «voz de la verdadera España» manifiesta en 1948 su legítimo orgullo de haber sido en 1936 «el primer pueblo de Europa que luchó heroicamente contra la barbarie fascista» en defensa de la democracia y de la libertad. Un legítimo orgullo que se fundamenta en este Congreso de Wroclaw en el hecho objetivo de que, efectivamente, el artículo sexto del «Título preliminar. Disposiciones generales» de la Constitución de la República Española proclamaba en 1931 que «España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional». (AA. VV., 2006: 4)

La condena de la dictadura militar franquista es, lógicamente, uno de los temas que exigen en Wroclaw la solidaridad de la intelectualidad antifascista internacional. Porque «el sostenimiento del régimen de Franco, contra la voluntad de todos los españoles, constituye uno de los más peligrosos y agresivos focos de la guerra contra los pueblos. España, en manos de Franco, es un inmenso arsenal bélico, preparado para la guerra contra la democracia y las libertades del mundo». Y, si ya estaba comprobado históricamente que el nazismo de Hitler y el fascismo de Mussolini habían sido enemigos mortales de la cultura y de la intelectualidad, el régimen franquista había depurado políticamente la universidad (Barona, 2010; Claret, 2006; Giral, 1994; López Sánchez, 2013; Otero Carvajal, 2006); asesinado a artistas y escritores (Federico García Lorca); dejado morir en sus cárceles a insiliados -es decir, vencidos republicanos que no pudieron exiliarse- como Miguel Hernández; fusilado a catedráticos y rectores universitarios (Leopoldo Alas Argüelles de Oviedo, Juan Bautista Peset Aleixandre de Valencia y Salvador Vila Hernández de Granada) y condenado al exilio a músicos como Manuel de Falla y a hombres de ciencia como el físico Blas Cabrera Felipe, el naturalista y entomólogo Ignacio Bolívar y Urrutia o el médico Pío del Río Hortega. Un exilio en el que el 22 de febrero de 1939 había fallecido en el pueblo francés de Collioure el poeta Antonio Machado. Y también a esa miseria cultural del franquismo (Roces, 1948b) se refería el doctor Giral en el Hotel Lutetia de París: «La España actual de Franco es la mínima expresión de la cultura».

Los intelectuales republicanos exiliados exaltan lógicamente la lucha heroica del pueblo antifascista español contra la dictadura militar franquista (Aznar Soler, 1998). En 1948, a pesar de su evidente fracaso, se elogia aún la lucha de «las heroicas guerrillas» y, obviamente, la lucha de los intelectuales antifascistas del interior, de un insilio que, organizado a través de la Unión de Intelectuales Libres que presidía R. G. de la Torre (Álvarez, 1990; Aznar Soler, 1998, 2009b), encarna la resistencia intelectual contra el régimen franquista. Era urgente reconquistar las libertades democráticas, porque esos «intelectuales patriotas» compartían la convicción de «que la causa de la cultura, en España como en el mundo entero, es inseparable de la causa de la libertad».

Esos intelectuales españoles insiliados, antifascistas y republicanos, necesitaban la solidaridad de la intelectualidad internacional. Pero una solidaridad no basada únicamente en buenas palabras y buenas intenciones sino en «una ayuda organizada y activa. Las declaraciones puramente verbales, no bastan. Necesitamos hechos». Y la delegación española acierta a concretar en Wroclaw estos hechos y por ello, «en nombre de todos los intelectuales españoles, en nombre de nuestro pueblo y de nuestra Patria, pedimos a este grandioso Congreso que, entre sus conclusiones, figure una condenando la existencia del régimen franquista, como un peligro para la paz del mundo y una vergüenza para la cultura humana». Más concretamente, piden que «el Congreso se dirija a la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas, próxima a reunirse en París», para solicitar la ruptura de «toda clase de relaciones con el régimen franquista, el aislamiento económico, cultural y moral del gobierno de Franco y una política consecuente y efectiva de ayuda a quienes luchan por rescatar la soberanía, la independencia y la democracia para España». Una democracia que para ellos en 1948 significa República y restablecimiento de todas las libertades públicas.

El tema de España, las simpatías de la intelectualidad antifascista internacional con la España republicana, se evidenciaron, obviamente, a lo largo de las sesiones del Congreso. Y la delegación española realizó una defensa enérgica y sin fisuras de la República como forma de Estado para una España democrática, ya libre de la dictadura militar franquista y, por tanto, condenó inequívocamente negociaciones políticas como, por ejemplo, la intentada por el socialista Indalecio Prieto con los monárquicos donjuanistas:

La Delegación española al Congreso de Intelectuales a favor de la Paz, merece el aplauso y la gratitud de todo el pueblo español, de dentro y fuera del país, por su noble conducta defendiendo valientemente la causa republicana ante los intelectuales del mundo entero, más aún cuando esta patriótica actitud contrasta con los propósitos obscuros de «otras gentes», que todavía se dicen republicanas y democráticas y procuran tramar toda clase de maquinaciones y componendas con los eternos enemigos del pueblo español y de la libertad.

Y, en este sentido, el Congreso de Wroclaw aprobó una resolución final en la que satisfizo todas las peticiones de la delegación española:

La causa de España ocupó en el Congreso Mundial de Intelectuales celebrado en Wroclaw, desde el primer día hasta el último, el rango primordial que le corresponde entre los grandes problemas de la lucha por la democracia y por la paz que tiene planteados el mundo de hoy. La designación del Dr. Giral para formar parte de la Mesa directiva del Congreso brindó la primera ocasión para que los más destacados representantes de la intelectualidad progresiva de cuarenta y cinco países tributasen a la auténtica España un clamoroso homenaje. A lo largo de los debates, en las intervenciones de los más preclaros hombres de la cultura universal, el amor por la España republicana y la admiración por la heroica lucha de nuestro pueblo y por la obra de los intelectuales españoles vinculados a él, vibraron continuamente. Por último, el Congreso selló entre sus acuerdos, dotándolo por aclamación y en medio de una ovación delirante de toda la sala puesta en pie, una resolución muy concreta y precisa de ayuda a la lucha de los españoles, en que se recogen íntegramente las dos propuestas que el Dr. Giral había formulado al final de su magnífico discurso. (Roces, 1948a: 1-2).

He aquí el texto íntegro de dicha resolución final:

Los hombres y mujeres de cultura, de ciencia y de arte de cuarenta y cinco países, reunidos en la ciudad polaca de Wroclaw, nos dirigimos a los intelectuales del mundo entero.

Les recordamos el peligro mortal que ha amenazado, la civilización. Hemos sido testigos de la barbarie fascista, que ha destruido los monumentos históricos y culturales, persiguiendo y asesinando a los intelectuales, pisoteando insolentemente todos los valores espirituales y amenazando la idea misma de conciencia, de razón y de progreso.

La civilización humana ha sido salvada a cambio de innumerables víctimas y de sacrificios inauditos, por la inmensa tensión de las fuerzas democráticas, las de la Unión Soviética y de los pueblos de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos, y por el heroico movimiento de resistencia en los países dominados por el fascismo.

Pero he aquí que en América y en Europa, contra el deseo y la voluntad de los pueblos del mundo, un pequeño grupo de hombres, ávidos de dinero, que han heredado del fascismo las tesis de supremacía racial y de negación del progreso, y adoptado su tendencia a resolver todos los problemas por la fuerza de las armas, maduran un nuevo atentado contra el patrimonio espiritual de los pueblos.

Las civilizaciones de los países de Europa, que han aportado una contribución inmensa a la civilización de la humanidad entera, arriesgan perder su fisonomía nacional.

En ciertos países, como Grecia, España y los Países de América Latina, los adversarios del progreso mantienen, e incluso alumbran, los focos del fascismo.

Contra toda razón y conciencia, se prosigue y agrava la opresión de individuos y de pueblos enteros, llamados «indígenas» por sus amos.

Las gentes que han adoptado los métodos del fascismo practican en su propio país la diferenciación racial y persiguen a los sabios y artistas de vanguardia.

Los descubrimientos científicos susceptibles de mejorar la condición de la humanidad son destinados a la producción secreta de medios de destrucción; así es desacreditada y depreciada la gran misión de la ciencia.

El arte y la palabra -allí donde dominan los hombres de que hablamos- no sirven para instruir y acercar los pueblos, sino para excitar las viles pasiones y el odio de los hombres, y preparar la guerra.

Firmemente convencidos de la necesidad de un desarrollo y una difusión libres, en todos los países, de las conquistas de la cultura progresiva, por la paz, el progreso y el futuro de la humanidad, protestamos contra toda limitación de esa libertad y subrayamos la necesidad de una comprensión mutua de las culturas y de los pueblos en interés de la civilización y de la paz.

Reconociendo que la ciencia contemporánea ha liberado inmensas fuerzas nuevas, que serán utilizadas inevitablemente por la humanidad para el bien o para el mal, este Congreso protesta contra la utilización de la ciencia con fines destructivos y llama a desplegar el máximo esfuerzo a favor de la más amplia difusión de los resultados científicos y de su aplicación para la rápida reducción de la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la miseria que afligen a la mayoría del género humano.

El Congreso pide igualmente la reducción de las limitaciones impuestas a la libre circulación de las personas que sirven la causa de la paz y del progreso, así como las que pesan sobre la publicación y la difusión de los libros, de los resultados científicos y de las conquistas de la ciencia y de la cultura que sirven la misma causa.

Los pueblos del mundo no quieren la guerra y son lo bastante fuertes para proteger la paz y la civilización contra los atentados de un nuevo fascismo.

¡Intelectuales del mundo!

Una gran responsabilidad pesa sobre nosotros, de cara a nuestros pueblos, a la humanidad y a la historia,

Elevamos nuestra voz a favor de la paz, del libre desarrollo cultural de los pueblos, de su independencia nacional y de su cooperación estrecha.

Llamamos a todos los intelectuales de todos los países a discutir los puntos siguientes:

  • Organizar en todos los países congresos nacionales de los hombres de cultura, para la defensa de la paz;
  • Crear en todos los países comités nacionales para la defensa de la paz;
  • Reforzar los lazos internacionales entre los intelectuales de todos los países para servir la paz. (Anónimo, 1948b: 3-4 y 1948h: 1-2).

Finalmente, en el Congreso de Wroclaw se constituyó un Comité Internacional del que formó parte, en nombre de España, el doctor Giral:

Con el fin de organizar una amplia campaña para impedir una nueva guerra ha sido constituido un Comité para la Defensa de la Paz. Estará compuesto de veintiún miembros y residirá en París de forma permanente.

Entre las personalidades designadas para este Comité figuran: el profesor J. B. S. Haldane y Mr. Luis Golding (Inglaterra), Mme Iréne Joliot-Curie y el poeta Luis Aragon (Francia), Martin Andersen Nexo (Dinamarca), Mr. Jerzy Borejsza y Jan Dombrowski (Polonia), Jan Mukarowski (Checoeslovaquia), Pablo Neruda (Chile), Aimé Cesaire (Martinica), Alejandro Fadeiev y Piotr Fiedasiejew (U.R.S.S.), Doctor José Giral (España), Renato Gutusso y Emilio Sereni (Italia), Profesor Harvard Sharpley de la Universidad de Harvard; Joe Davison, escultor, y los escritores Albert E. Khan y Howard Fast (Estados Unidos). (Anónimo, 1948c: 1 y 1948i: 4).

El Congreso de Wroclaw pretendía ser, en rigor, el inicio de una larga lucha de la intelectualidad mundial a favor de la paz e instaba, por tanto, a la formación de Comités nacionales en cada país, una tarea que la delegación española asumió como una responsabilidad ineludible:

Las deliberaciones y los acuerdos de esta asamblea de quinientos combatientes intelectuales de la paz no son, en efecto, otra cosa que un camino de trabajo y de lucha que se abre. En la declaración-llamamiento del Congreso se asume por la representación de la intelectualidad progresiva de cada país la responsabilidad de promover poderosos movimientos nacionales de lucha por la paz, coordinados en un organismo internacional permanente en el que España estará representada por la descollante figura del gran patriota Dr. Giral. Es una nueva e importantísima tarea que a los intelectuales españoles se nos presenta como tarea de empeño y de honor, no sólo en los centros vitales de nuestra emigración, sino también en el corazón mismo de España. Y yo estoy seguro de que sabremos afrontarla con toda decisión, respondiendo así a la gran prueba de solidaridad para con nuestra causa que todo el desarrollo del Congreso de Wroclaw nos ha brindado.

La auténtica intelectualidad española viene dando magníficos ejemplos de patriotismo y de identificación con la lucha de nuestro pueblo y con la democracia en el mundo. Mucho es lo que de ella se puede y se debe esperar. Hombres de diversas tendencias y mentalidades, unidos por el amor supremo a la patria común, a su destino y a su cultura, aparecieron perfectamente compenetrados en la Delegación española ante el Congreso de la gloriosa ciudad polaca, como ejemplo de unidad intelectual. Su portavoz, el ilustre ex Presidente del Consejo, don José Giral, expresó los sentimientos de todos al decir que era «para nosotros un gran honor traer a este histórico Congreso la representación de la España republicana». Todos tenemos también la conciencia de que ese gran homenaje lleva aparejados, asimismo, después de clausurado el Congreso, un gran deber y una gran responsabilidad. Sobre todo, para nosotros, como españoles, que retornamos de Wroclaw a nuestra brega, fortalecidos con la seguridad de que nos da el saber que los mejores exponentes de la intelectualidad de hoy asocian inseparablemente la causa de la liberación de nuestra patria a la causa mundial de la democracia, la cultura y la paz. (Roces, 1948a:1-2).

La Organización de Naciones Unidas fue sensible a algunos de los temas planteados por este Congreso de Wroclaw y así, el 3 de noviembre de aquel mismo 1948 instó a las grandes potencias a establecer una paz duradera, el 19 de noviembre debatió en su 163 sesión plenaria la prohibición del arma atómica y el 10 de diciembre de aquel 1948 proclamó en el Palais Chaillot de París la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

En definitiva, este Congreso de Wroclaw fue el inicio efectivo y fecundo de un amplio Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz, tal y como afirma José María Laso Prieto:

Uno de los resultados paradójicos de la Guerra Fría fue el hecho de que impulsó a los dirigentes soviéticos a desarrollar e impulsar el denominado Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz. La causa de tal decisión puede racionalmente atribuirse al hecho de que el desarrollo de las armas nucleares por el Gobierno de EE.UU. proporcionaba a la superpotencia norteamericana una gran superioridad militar sobre las armas convencionales de que estaba dotado el Ejército Soviético. Por lo menos hasta que la URSS logró desarrollar sus propias armas nucleares y los vectores capaces de impulsarlas a grandes distancias (cohetes intercontinentales). Durante tan crítico periodo, los dirigentes soviéticos trataron de impulsar y desarrollar un gran movimiento de masas a favor de la paz, que eventualmente pudiese contrarrestar los intentos de una guerra preventiva contra la Unión Soviética que preconizaban algunos politólogos y estrategas estadounidenses.

En un editorial de la revista Cuadernos de Cultura[2], editada clandestinamente por el Partido Comunista de España, se facilitan algunos datos sobre la génesis de tal movimiento:

El Movimiento de Partidarios de la Paz, cuyo Consejo Mundial ha lanzado el Llamamiento convocando el Congreso de los Pueblos por la Paz, nació en un Congreso celebrado en París, en abril de 1949, por iniciativa de un grupo de prestigiosas personalidades intelectuales que se habían reunido anteriormente en Wroclaw (Polonia).

(…)

Si se analiza la repercusión que en la política internacional de la década del 50 tuvo el Movimiento Internacional de Partidarios de la Paz, no se puede desconocer que fue muy relevante. Y no sólo por la gran concentración de figuras científicas, intelectuales y artísticas que aglutinó en defensa de una determinada concepción de la paz, sino también debido a que impulsó el desarrollo de numerosas acciones antibélicas que se desarrollaron en esta etapa histórica. Éstas adoptaron muy diversas formas, desde las simples sentadas, como la que, bajo la inspiración y dirección de Bertrand Russell reunió a más de 12.000 personas en la plaza de Trafalgar de Londres, a los obstáculos diversos que dificultaron en diversos territorios de Europa el traslado de material bélico. Sin embargo, el efecto fundamental de la génesis y desarrollo del Movimiento de Partidarios de la Paz fue que creó una extensa y fuerte conciencia social antibélica que, de hecho, impidió, en los años cruciales de la década del 50, que se pudiese ejecutar el proyecto de guerra nuclear preventiva contra la URSS, que por entonces preconizaban diversos politólogos y estrategas relevantes de los Estados Unidos de América. En este sentido, se puede considerar convincentemente que tuvo éxito esta modalidad de Pax Soviética. (Laso Prieto, 2003: 6).


NOTASTop

[*]

Este artículo, por obvias razones de espacio, constituye el primer capítulo de un libro que preparo sobre la historia de la participación de los intelectuales de nuestro exilio republicano de 1939 en el Movimiento de los Partidarios de la Paz. El presente artículo forma parte del proyecto de investigación titulado La historia de la literatura española y el exilio republicano de 1939 [FFI2013-42431], del que soy investigador principal.

[1]

En Mundo Obrero (1948d) se publicaba el texto con la siguiente información preliminar: «Largamente aplaudido por todos los congresistas puestos en pie (que le hicieron igualmente una prolongada ovación al terminar), el sr. Giral subió a la tribuna a leer en nombre de la delegación española la siguiente moción».

[2]

El editorial citado corresponde al «número 9 de la revista clandestina Cuadernos de Cultura, editada por el Partido Comunista de España sobre papel biblia, en 1952, páginas 3 y 4».

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