Los orígenes de la cultura casual: hooliganismo y moda en Gran Bretaña

César Rodríguez Blanco

e-mail: cesarrodblan@gmail.com

ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-2111-2119

 

RESUMEN

Este trabajo versa sobre el estudio de las subculturas de hooligans de fútbol. Concretamente, aborda una síntesis general sobre los inicios de la cultura casual en Gran Bretaña, en el marco del proceso de transición cultural que supuso la década de los ochenta, y dentro de un contexto político, social y cultural tremendamente influenciado por el nuevo gobierno conservador de Margaret Thatcher. Realiza un repaso cronológico de la evolución estilística y de las actitudes de los casuals, basadas en el concepto one-upmanship, ante las diferentes realidades que se sucedieron en aproximadamente una década. Desde la aparición del movimiento punk a finales de los años setenta, hasta la emergencia de las culturas rave y club a finales de la década siguiente. Incluye también el elemento de violencia en el fútbol, tanto dentro como fuera de los estadios, a través de varios sucesos que ejemplifican el nivel de violencia alcanzado en esos años. Durante todo el texto intenta dejarse constancia de la relevancia del estudio de expresiones y actividades juveniles para una mejor comprensión de procesos históricos y culturales más amplios.

 

ABSTRACT

The origins of casual culture: hooliganism and fashion in Great Britain.- This dissertation attends to the study of football hooligans’ subcultures. In particular, it addresses a general synthesis of the beginnings of casual culture in Great Britain, within the context of the cultural transition process of the 1980s, and within a political, social and cultural context greatly influenced by the new Conservative government of Margaret Thatcher. It makes a chronological review of the stylistic evolution and the attitudes of the casuals, based on the concept one-upmanship, facing the different realities that happened in approximately a decade. From the birth of the punk movement in the late seventies to the emergence of rave and club cultures at the end of the following decade. It also includes the element of violence in football, both inside and outside the stadiums, through several events that exemplify the level of violence achieved in those years. Throughout the text it tries to record the relevance of the study of youth expressions and activities for a better understanding of wider historical and cultural processes.

 

Submitted: 10 October 2018. Accepted: 15 January 2019

Citation / Cómo citar este artículo: Rodríguez Blanco, César (2019) “Los orígenes de la cultura casual: hooliganismo y moda en Gran Bretaña”. Culture & History Digital Journal, 8 (1): e016. https://doi.org/10.3989/chdj.2019.016

PALABRAS CLAVE: Fútbol; Aficionados; Subcultura; One-upmanship; Ropa; Inglaterra.

KEYWORDS: Football; Supporters; Subculture; One-upmanship; Clothing; England.

Copyright: © 2019 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).


 

CONTENIDOS

RESUMEN

ABSTRACT

INTRODUCCIÓN

APROXIMACIÓN HISTÓRICA

PRIMEROS AÑOS: SCALLIES Y PERRY BOYS

EXPANSIÓN A LONDRES Y RESTO DE LA ISLA

UN PASO ATRÁS: RETRO-SCALLIES Y SCRUFFS

1985: EL AÑO QUE CAMBIÓ EL FÚTBOL INGLÉS

¿EL PRINCIPIO DEL FIN?

CONCLUSIONES

NOTAS

REFERENCIAS

INTRODUCCIÓNTop

El estudio de la cultura casual es la llave perdida para la sociología de la cultura de los aficionados al fútbol en Gran Bretaña durante los últimos cuarenta años. Resulta significativo que el estudio sobre las subculturas de aficionados de fútbol no haya sido tratado en la corriente de investigación derivada de los estudios postsubculturales, ni tampoco en la subdisciplina de la criminología cultural. Sin embargo, sí existe una fuerte presencia de estudios relacionados con las coetáneas culturas rave y club. Tal vez la razón de esta omisión es que, durante los últimos veinticinco años, la teorización sociológica y antropológica –y la etnografía académica rigurosa– que se han llevado a cabo sobre las subculturas de hooligans de fútbol es muy poca. Otro motivo es que la específica interconexión entre subculturas de hooligans de fútbol y culturas rave y club fue un fenómeno generalmente propio del ámbito británico, más que algo internacional (Redhead, 2009: 20).

El estudio está planteado como una aproximación sintética y general a los orígenes de la cultura casual. Analizando el contexto político, social y cultural de la Gran Bretaña de finales de los setenta y la década de los ochenta, donde se enmarcan el inicio y los primeros pasos de esta manifestación juvenil, y señalando los factores que propiciaron su aparición. Se presenta una evolución cronológica de la cultura a través de su primera década de existencia, atendiendo a los cambios de estilo y actitudes de sus protagonistas. Aborda también el elemento de violencia en el fútbol, dedicando un capítulo a explicar cómo se alcanzó un nivel histórico a través de varios sucesos que lo ejemplifican. Finalmente se esbozan unas líneas conceptuales sobre el proceso de transición provocado por la emergencia de las nuevas manifestaciones culturales contemporáneas y su efecto en la configuración el mundo subcultural.

Como obras clave para entender los orígenes de la cultura casual destacan los excelentes trabajos de Dave Hewitson, Phil Thornton, Ian Hough y William Routledge, en los cuales he apoyado gran parte de la información extraída para mi estudio. Son libros escritos por personas que fueron protagonistas de la escena, que complementan su visión de los hechos con entrevistas y declaraciones de protagonistas de otras zonas de Gran Bretaña. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de memorias de hooligans –lo que se ha hecho llamar literatura “hit and tell” (Redhead, 2012: 65)– estas obras no pecan de un tono partidista y jactancioso, por lo que no quedarían fuera de tal subgénero. Sin una particular pretensión de mostrar un estilo académico, ni siquiera periodístico, las obras de estos autores suponen un instrumento útil para la investigación académica. De gran importancia en la época fue el fanzine The End –creado por Peter Hooton en 1981– pionero en documentar la escena casual y que pronto se convirtió en un barómetro de la moda en el fútbol. En el ámbito académico destaca el trabajo de Steve Redhead, con numerosos artículos dedicados al mundo de las subculturas, la cultura de aficionados de fútbol y la cultura club. No obstante, el difícil acceso a sus trabajos limita de buena manera los recursos disponibles.

Al problema del acceso a las fuentes de información se une el hándicap del idioma. La lectura de las fuentes de información lleva implícito un trabajo de traducción e interpretación de un lenguaje no académico, con numerosas expresiones coloquiales y localismos. Esto desemboca en un vocabulario que puede resultar complejo para un público no entendido en la materia, pero que he intentado respetar al máximo para mantener la esencia y la rigurosidad del tema. Al mismo tiempo he añadido numerosas explicaciones y aclaraciones al respecto que ayuden a comprender aquellos términos que puedan resultar desconocidos.

Si en Inglaterra –lugar donde se inventó el fútbol– aún queda mucho que hacer en cuanto a trabajo de investigación de sus aficionados, la lógica nos lleva a imaginarnos que en España no vamos por delante en ningún caso. En el caso español no existen trabajos académicos o de investigación sobre la cultura casual, al menos hasta donde tengo conocimiento. Se han escrito algunos breves artículos periodísticos, pero basados principalmente en el sensacionalismo y la incorrección. Ante la inexistencia de una escena casual en España propiamente dicha, sin más presencia que varios simpatizantes repartidos por algunas ciudades, la falta de fuentes de información en castellano es evidente. A destacar las publicaciones en papel Wannabes Fanzine –citada en este trabajo– y Etiqueta Grada, además de algunas publicaciones en línea como Izquierda Casual o la extinta Nuestra Forma de Vida.

Con este trabajo pretendo arrojar luz sobre un tema nada conocido en España en el ámbito académico y de investigación, desde una perspectiva descriptiva de los hechos y de su análisis objetivo. Motivado por una inquietud personal e inspirado por la obra del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos que, frente a la prensa y políticos conservadores incapaces de ver en las culturas juveniles de postguerra más que morbo y violencia, desarrolló un análisis histórico combinando las actividades de sus protagonistas –teddy boys, mods, skinheads, rude boys– con una atención a las clases sociales. De esa misma forma, considerando que en España no se ofrece un tratamiento correcto ni suficiente a la cultura de los aficionados de fútbol, mi objetivo es ofrecer una visión rigurosa y original de los inicios de una de las manifestaciones culturales más desconocida e infravalorada de la segunda mitad del siglo XX.

APROXIMACIÓN HISTÓRICATop

La conocida obra Rituales de resistencia es un minucioso estudio teórico sobre las subculturas juveniles surgidas en Gran Bretaña.[1] Aunque cronológicamente no llegue hasta la época de desarrollo de la cultura casual, pues no abarca la década de los ochenta, sí permite extraer algunas claves para perfilar un contexto y una serie de líneas generales que ayudan a comprender el surgimiento de este movimiento.

Aun poniendo en tela de juicio algunos aspectos de la denominada “teoría del bienestar”, dio por sentado que la abundancia que sobrevino a la postguerra, el desarrollo de los medios de comunicación, el nacimiento del rock and roll, la nueva cultura popular comercial, la primera revolución en el consumo de las décadas de los cincuenta y sesenta, además de una “americanización” del Occidente europeo, definieron una nueva coyuntura. Estos elementos fueron los que proporcionaron unas “condiciones culturales de existencia”, que fueron relevantes para el nacimiento de una serie de movimientos juveniles distintivos (Hall, 2014: 37-38).

Durante las posteriores décadas se sucedieron en Gran Bretaña diferentes subculturas juveniles que aglomeraban a chavales de clase obrera dentro de un grupo social con unas características más o menos determinadas y, en cierta manera, comunes entre esas subculturas. Me estoy refiriendo a elementos como el sentimiento de pertenencia a un grupo, el gusto por la estética y adopción de un estilo que, aunque no consistía en un uniforme al permitir variaciones e innovaciones, resultaba fácilmente identificable. Aunque si existe un hilo conductor en las subculturas juveniles, además de lo dicho anteriormente, ese es claramente la música. Primero fueron los teddy boys, luego los mods y los rockers, seguidos por los punks, skinheads, soul boys, rude boys y rastas, e incluso la cultura hip-hop surgida en EE.UU. con sus MCs y b-boys. Todos ellos surgieron de la mano de un género musical sobre el que basaban mucha de su actividad y que explicaba su razón de ser. Sin embargo, esto no se puede extrapolar al caso de la cultura casual, una rara avis entre las subculturas como explicaremos más adelante.

El prólogo de la nueva edición de Rituales de resistencia apunta que el estudio de la década de los ochenta se debe hacer desde la consideración de estos años como un momento de transición. Muchos autores auguraron un desplazamiento radical, o una disolución parcial, del conjunto de subculturas y de los antiguos términos en que se había estudiado. Diversos conceptos como tribalismo, postmodernismo, postsubculturalismo, fueron intentos de describir este cambio en términos generales (Hall, 2014: 49). Quizás este carácter transicional de la década de los ochenta influyese en el desarrollo de la cultura casual y encuentre relación con las particularidades que esta presenta con respecto a otras subculturas. Se consideró que el nacimiento de las culturas rave y club fue el epítome de este cambio: los movimientos subculturales habrían sido absorbidos por una cultura juvenil mucho más diversa, heterogénea y mixta en términos de clase y género (Hall, 2014: 49). El desarrollo de esta hipótesis atiende a factores múltiples y complejos, y encuentra en la cultura casual un ejemplo ideal para su explicación. De este tema me ocuparé en la parte final del trabajo.

Una de las maneras de definir el período transicional que supusieron los años ochenta es la utilización imprecisa, y sin embargo práctica, del término thatcherismo como concepto general (Hall, 2014: 50). La llegada de Margaret Thatcher al poder político de Reino Unido en 1979 significó un profundo cambio en las estructuras sociales británicas. El thatcherismo transformó el panorama político más allá de los años ochenta, condicionando de buena manera la deriva de la población en los siguientes años, dejando un importante poso que sigue siendo evidente a día de hoy. Visto en retrospectiva, observamos cómo no solo marcó una dramática inversión del curso electoral, sino algo mucho más profundo y duradero: supuso un proyecto hegemónico global. Formaba parte de un proceso de transformación total y trasnacional mucho más amplio que colocó la economía cotidiana, la cultura política, las instituciones públicas, las relaciones sociales, los discursos mediáticos, las actitudes y los valores al servicio de duros dictados de una nueva fase de la globalización iniciada a mediados de los setenta. La estrategia central del proyecto histórico neoliberal consistió en liberar las fuerzas del mercado y orquestar el cambio cultural en todos los estratos de la sociedad británica (Hall, 2014: 51).

Así, la línea divisoria que constituyeron estos acontecimientos en los años ochenta supuso una fuerza de desplazamiento en todas las esferas de la vida cultural. La idea de que la cultura juvenil pudiera ser aislada de este proceso de reconstrucción resulta altamente cuestionable (Hall, 2014: 52). Resultaría complicado entender la actividad y actitud de los casuals, por referirnos al caso concreto que nos ocupa, sin buscar conexiones con esta evolución social y cultural.

El politólogo Owen Jones repasó en su primer libro, en mi opinión con bastante acierto, la actitud de Thatcher hacia la clase obrera. Su objetivo, dice, era el de evitar que la sociedad británica pensase en términos de clase, queriendo fulminar la idea de que la gente podía mejorar su vida social mediante la acción colectiva más que por el enriquecimiento personal[2] (Jones, 2013: 65). Thatcher no quería acabar con las clases sociales, sino con el sentimiento de pertenencia a ellas. Lo paradójico es que, al final, el thatcherismo libró la lucha de clases más cruenta: derribando a los sindicatos y desplazando la carga fiscal de los ricos a las clases bajas. Thatcher quiso poner fin a la lucha de clases con unas condiciones de lo más selecto de la sociedad británica. Un intento de desmantelar los valores, instituciones e industrias tradicionales de la clase trabajadora. Su objetivo era acabar con la clase obrera como brazo político y económico de la sociedad, sustituyéndola por un conjunto de individuos que competirían entre sí por su propio interés (Jones, 2013: 66).

El asedio del thatcherismo a la clase obrera británica encuentra su mejor ejemplo en el doble ataque a la industria y los sindicatos. La sistemática destrucción de las industrias del país asoló comunidades enteras, siendo devastadas por el desempleo, la pobreza y los consecuentes problemas sociales, de los que luego se culpó a la propia población. Se trató de un ataque a la identidad de la clase obrera (Jones, 2013: 67). Los ataques de Thatcher a los sindicatos y la industria propinaron un duro derechazo a la vieja clase trabajadora industrial. Los trabajos bien pagados, seguros y cualificados, que suponían una fuente de orgullo y eje de identidad para los obreros, fueron erradicados (Jones, 2013: 73).

El gobierno introdujo reformas económicas que incluyeron la privatización de industrias nacionales y la desregularización del mercado de valores. Así, nada más comenzar 1980, los trabajadores del acero se declararon en huelga. Unas huelgas que se sucedieron muy fácilmente en las principales industrias del país durante la década de los ochenta. De este modo, se estableció un precedente para trabajadores del transporte, que decidieron que ya era suficiente y se unieron a sus compañeros en manifestaciones por los derechos de los trabajadores. La huelga de mineros “Coal Not Dole” fue un momento clave para las relaciones industriales británicas, pues los mineros perdieron después de un año de lucha. La derrota en la huelga provocó un importante destrozo al esqueleto del Sindicato Nacional de Mineros y de los sindicatos británicos en general,[3] siendo una gran victoria política e ideológica para Thatcher. La huelga de mineros se convirtió en un símbolo de lucha y fue vista por algunos como algo más político que laboral, lo que suscitó profundas divisiones y rencores en la sociedad británica, especialmente en el norte. Los sucesos alrededor de la huelga dejaron una lamentable cifra de diez víctimas mortales (Routledge, 2013: 211). Además, el desempleo masivo y la recesión golpearon fuerte a Reino Unido y su industria manufacturera. La cifra del paro alcanzó los tres millones y medio a mediados de década y nadie con autoridad escuchaba las voces de los desempleados (Routledge, 2013: 212).

La explosión de delincuencia fue otro ejemplo llamativo del funcionamiento de la “máquina thatcherista”. Las zonas más duramente golpeadas eran las comunidades más pobres donde los trabajos habían desaparecido. El vínculo entre delincuencia y perjuicio social causado por el paro y la pobreza masivos era indiscutible. Sin embargo, esto no era así para Thatcher, quien consideraba que la delincuencia era una elección individual, no un mal social propio de comunidades destrozadas. El gobierno se propuso separar las comunidades más devastadas por los excesos del thatcherismo del resto, el clásico “divide y vencerás”. Las comunidades trabajadoras que sufrieron la lucha de clases se agruparon entonces en una subclase cuya pobreza se consideraba autoinfligida. Todo ese martilleo a la cultura, comunidades e identidad de la clase obrera tendría consecuencias letales (Jones, 2013: 87).

Los disturbios también se convirtieron en algo común en las calles de Gran Bretaña, sin necesaria relación con lo que estaba pasando al otro lado del mar de Irlanda en ese momento, eso era otra historia. Los conocidos disturbios en Brixton, en abril de 1981, consistieron en un enfrentamiento entre la Policía Metropolitana de Londres y manifestantes. La balanza de daños resultado de estos conflictos fue grande en ambos lados, con centenares de vehículos y edificios asaltados e incendiados. Los disturbios se extendieron como un fuego incontrolado cuyo efecto llegó a Toxteth, en Liverpool, con un desorden ocurrido en julio de ese mismo año. Estos altercados surgieron, en parte, a partir de antiguas tensiones entre la policía local y la comunidad negra. Fue la primera vez que se usó gas CS –lacrimógeno– en el país. Después fue el turno de Moss Side, en Mánchester, seguido de Chapeltown, en Leeds, y Handsworth, en Birmingham, además de muchos otros lugares que presenciaron disturbios similares. A todo esto debemos añadir unas cárceles superpobladas, donde ocurrían altercados con regularidad, y la invasión británica en territorio argentino que provocó el inicio de la Guerra de las Malvinas en abril de 1982 (Routledge, 2013: 212).

En una época que había visto desaparecer todos los vestigios del orgullo de la clase obrera, el fútbol sobrevivió como uno de los únicos pasatiempos de masas. Es una realidad que la imagen popular de la clase trabajadora está intrínsecamente ligada al balompié. Los aficionados al fútbol habían empezado a ser demonizados ya desde hacía años como vándalos y macarras por actos menores de violencia. Lo que no pudo prever el gobierno de Thatcher fue el nivel de violencia alcanzado en el fútbol durante los años posteriores, protagonizado por grupos de jóvenes de clase obrera, que no vestían como los típicos chicos de clase obrera, y que con el tiempo serían conocidos como casuals.

PRIMEROS AÑOS: SCALLIES Y PERRY BOYSTop

Nuestro relato encuentra su punto de origen en Liverpool allá por 1977, año cero y lugar donde realmente comenzó la historia de los casuals.[4], Phil Thornton (2012: 18) arroja varias razones para argumentar esta datación, estableciendo una relación directa con la emergencia del punk. La aparición del movimiento punk supuso una ruptura de trayectoria y una patada al colectivo del establishment: las cosas cambiaron musicalmente, políticamente, socialmente e incluso sexualmente. Quizás su importancia y coherencia musical se desvaneció tras el período inicial de energía e irreverencia. Sin embargo, el punk permitió a la gente pensar diferente, comportarse de otra forma y cambiar su forma de vestir.

En Liverpool, la influencia del punk se tornó en una modalidad inusual e inédita. Una ciudad poseedora de un carácter tan peculiar y distintivo respecto al resto de la isla, forjado a través de los años y de una historia de tradición marítima. Las duras realidades económicas vividas en un rico puerto fluvial, pero lleno de gente pobre, con frecuencia han tornado en abiertas rebeliones: disturbios, revueltas, huelgas, peleas, insurrección, irreverencia, hedonismo, humor, son rasgos distintivos que entran dentro del imaginario popular scouser.[5] Una necesidad de sentirse superior, desmarcándose del resto de Gran Bretaña, es algo que ha caracterizado a los scousers. Una población que protagonizó algo que pudiera parecer trivial como la cultura casual, pero que convirtió a Liverpool en algo diferente, más interesante, y que el resto del país acabo adoptando. Una cultura que no solo afectó a la moda y el estilo, sino también a la música, la política y, en general, a la vida cotidiana de buena parte de la población (Thornton, 2012: 20-21).

Se avecinaban tiempos de cambio en los estadios de fútbol, a partir de entonces ya no se trataría solo de ver el partido y ver si se terciaba un poco de bronca, sino que ahora la ropa y la actitud tomaron un papel protagonista. Los lads[6] buscarían superar a los rivales también a nivel estético, siendo los mejor vestidos, tratando de ser los primeros y de encabezar el estilo, al menos a nivel local. Estrecha relación con este pensamiento tiene el concepto one-upmanship, consistente en la práctica de superar continuamente a un competidor, el ir un paso por delante, el liderar, no seguir. Un elemento de individualismo que no estuvo presente en las demás manifestaciones juveniles de postguerra y que en este caso se tornaba en articulador. Esta es la verdadera esencia de la cultura casual.

Y es que, como apuntábamos en páginas anteriores, a diferencia de otras subculturas, la cultura casual no se articuló en torno a un estilo musical. Quizás fuese la excepción que confirmase la regla. Sin embargo, tampoco podemos afirmar que la cultura casual sea totalmente ajena a la música, ni mucho menos. Si tuviéramos que crear una banda sonora del “casualismo”, esta se nutriría de los diversos gustos musicales de los primeros casuals, que también variaban según la ciudad. Además, muchos de ellos provenían de otras subculturas presentes en las calles y discotecas en aquella época como soul boys, mods, punks, scooter boys o skinheads. Así, al incorporarse a la cultura casual, obsesionada con la estética, pero sin unos patrones musicales propios, llevaron sus influencias musicales con ellos: northern soul, mod revival, 2-Tone, Oi!, punk –de 1976 a 1978– más dos etiquetas que engloban prácticamente toda la música hecha a partir de 1978: new wave y post-punk. Estos géneros conformarían la primera banda sonora de la cultura casual junto con otros que se desarrollarían posteriormente (Wannabes Fanzine, 2013: 4).

De entre todos los grupos de jóvenes que deambulaban por Liverpool en los setenta, Phil Thornton (2012: 22) definió el primer prototipo de scallies como un “grupo híbrido entre aficionados al fútbol amantes de la moda e inadaptados del post-punk, que se acoplaron a la emergente escena de música electrónica procedente de Sheffield y Dusseldorf”[7] que estaba creando un nuevo sonido. Este sonido era el llamado synth pop, un producto de la new wave muy influenciado por David Bowie, Bryan Eno o Roxy Music, que estaba reinventando la escena (Wannabes Fanzine, 2013: 5). A diferencia del público musical de otras ciudades en la época, Liverpool ha tenido una gran cantidad de chavales que también iban a los partidos de fútbol. A medida que estos discotequeros iban haciendo notar su presencia en las gradas de Anfield, Goodison Park y Prenton Park, más chicos jóvenes se iban uniendo al gusto por las nuevas prendas y cortes de pelo. Concretamente el peinado se convirtió en el elemento más obvio de esta nueva cultura durante los primeros años (Thornton, 2012: 24).

El hecho fue que Liverpool adoptó el corte de pelo wedge[8] debido a la tremenda influencia de la música de David Bowie en la juventud de Merseyside. Durante esa época se dio una interesante mezcla de estilos, desde Bowie, Bryan Ferry y Roxy Music, hasta el punk.[9] En la portada de su LP Low –RCA Records, 1977– Bowie lucía un corte wedge que inspiraría a muchos y que se hizo popular tanto en chicos como chicas. El wedge se convirtió en algo convencional en Merseyside durante un par de temporadas, tanto que en los primeros meses resultaba difícil distinguir a chicos de chicas desde una distancia. Una nueva cultura empezaba a tomar forma. Al corte de pelo acompañaría ahora la ropa; vaqueros y zapatillas deportivas agarrarían con fuerza entre la mayoría de chavales que se dejaban caer por las esquinas cercanas a los estadios de fútbol y los pubs locales (Hewitson, 2017: 20, 23, Thornton, 2012: 23, 24).

De este modo, los primeros scallies comenzaron a desarrollar un estilo que incluía pantalones vaqueros o de pana rectos Lois o Levi’s, camisas a cuadros de cuello muy pequeño abrochadas hasta arriba, polos Fred Perry o camisetas Adidas. No llevar chaqueta era algo considerado a la moda, pero aquellos que no podían aguantar las inclemencias del tiempo optaron por chubasqueros tipo cagoule[10] como los Peter Storm verdes o el Adidas ST2 azul, con las tres rayas blancas a lo largo de las mangas, interior rojo y capucha extraíble. El cagoule se convirtió en una prenda de culto que sigue siendo bien recordada. También se llevaban jerséis acrílicos Slazenger con cuello de pico, con una camiseta por debajo, que más tarde fueron sustituidos por los Pringle de lana, de mejor calidad y mucho más caros. La moda estaba cambiando de extremo a extremo. Los grandes cuellos, pantalones acampanados y pelo largo típicos de los años setenta se cambiaron por lo contrario. A diferencia del corte de pelo, importado desde Londres, el código de vestimenta fue una creación propia del área de Merseyside. En los pies, además de zapatos Pod, College o los famosos Kickers, las zapatillas deportivas se convirtieron en el calzado esencial (Hewitson, 2017: 26-28).

En particular Adidas era la abanderada de la ropa deportiva hacia 1978. Tenían una gran variedad de zapatillas, que incluía la gama de fútbol compuesta por las Bamba, Mamba y Samba, las tres en color negro y líneas blancas. Siendo las Bamba el modelo más barato y las Samba el más caro y codiciado. El modelo Kick también es recordado como uno de los primeros. La adquisición de zapatillas que no estaban al alcance de todos, debido a su alto precio, se convirtió en un indicador simbólico de estatus, que además definía la cultura juvenil que estaba naciendo. En aquel momento seguramente nadie repararía en ello, pero la adquisición de lujos caros otorgaba una exclusividad, algo que con los años se ha convertido en el objetivo del estilo de vida de los casuals. Las Adidas Samba fue uno de los primeros elementos de deseo, rompieron todos los récords como el modelo de zapatillas más vendido de la historia y con la más larga producción[11] (Hewitson, 2017: 26). El modelo Stan Smith fue otro de los perseguidos, con un gran volumen de ventas que la convirtió en la zapatilla del año 1979 (Hewitson, 2017: 32). Para el verano de 1980, el ambiente estaba saturado de Samba, por lo que se necesitaba algo más exclusivo. Junto a las Stan Smith hicieron su aparición las Forest Hills, las cuales necesitaron casi trabajo de detective para ser encontradas, puesto que no se vendían en Liverpool y solo llegaron 400 pares a Reino Unido (Hewitson, 2017: 30).

En cuanto a los pantalones, entre 1978 y 1981 el abanico de marcas vaqueras utilizadas fue enorme pues, en el espacio de unas pocas semanas, una marca a la moda dejaba de estarlo de un día para otro.[12] Al igual que la marca, los cambios también afectaban al estilo del vaquero. Así, en estos años se vieron estilo pitillo, elásticos, anchos, rectos, desteñidos o blanqueados, remangados o desgastados… Las variaciones eran casi infinitas, pero lo principal era conseguir un par antes que nadie (Hewitson, 2017: 35-36).

En 1980 empezaron a verse prendas como chaquetas y camisetas de béisbol, de influencia americana, utilizadas en verano. Para el invierno se llevaban jerséis de esquí (Hewitson, 2017: 33-34) y abrigos pesqueros Millets, azules con interior amarillo y capucha, un musthave entonces. También chaquetas vaqueras de Second Image con grandes bolsillos cuadrados. Otra chaqueta fue la MA-1 Flight Jacket, de estilo aviador, conocida como bomber, tan popular en la cultura skinhead y una de las favoritas de los cockneys de la ICF –Inter City Firm– del West Ham United. Posiblemente esta fue la única prenda que los scousers copiaron de otras firms[13] durante aquellos años. Diferentes abrigos iban y venían entonces tan rápido como las zapatillas (Hewitson, 2017: 37).

Los scallies intentaban entonces comprar la ropa a la última moda antes del siguiente partido. Así, los estadios de fútbol comenzaron a convertirse en una suerte de pasarelas de moda, eran el lugar donde la gente era medida según la ropa que llevasen. Ser preguntado “¿dónde has conseguido esas zapatillas?” era todo un elogio, pues significaba que estabas a la cabeza del estilo y eras un pionero. Algunos directamente ni se molestaban en preguntar y existen historias verídicas de chicos a los que les robaban su ropa o zapatillas nuevas. La afición de los scousers al robo de prendas de ropa, tanto en su ciudad como en los viajes a otras ciudades británicas y europeas, merecería solo un capítulo aparte. Tan pronto como un estilo o una prenda ganaban popularidad, las tiendas agotaban sus existencias muy rápido. Esta parecía ser la norma. Incluso en ocasiones, en el momento en que las tiendas de ropa habían repuesto sus estanterías, los pioneros en el estilo ya habían avanzado a otra variante. La moda se movía a un ritmo frenético, el cual resultaba realmente complicado de seguir por las tiendas para mantenerse actualizadas (Hewitson, 2017: 33).

Damos un pequeño salto dentro de Gran Bretaña para ver qué estaba pasando durante esos años en Mánchester pues, de una forma podríamos decir que paralela, los mancunians[14] desarrollaron su versión propia de los scallies o proto-casuals: los llamados perry boys. Tras el vacío cultural que supusieron los años finales de los setenta en Mánchester, muchos jóvenes amantes de la música y la ropa no conseguían sentirse identificados con las opciones que ofrecía la ciudad, con Joy Divison y The Fall como únicas referencias musicales relevantes. Eran de alguna forma incomprendidos o marginados que de pronto encontraron en el movimiento scally la realización de sus inquietudes. La ciudad de Saldford era un bastión de aficionados del Manchester United y fue allí y en el resto de guetos blancos del norte de Mánchester donde los perry boys aparecieron. Al igual que sus homólogos de Liverpool, los perry boys también tenían gusto en el vestir, por lo que también lucían vaqueros rectos, zapatillas, cardiganes y especialmente polos Fred Perry, de donde procede su apodo (Thornton, 2012: 36-37).

El estilo perry boy llevaba implantado en Mánchester desde principios de los setenta, ligado a la escena northern soul de los clubes nocturnos de la ciudad. También adoptaron el corte de pelo a lo Bowie, aunque en vez de wedge lo llamaban flick. Se trataba de los soul boys, habituales del Wigan Casino y otros templos musicales, donde se ponían a prueba bailando de manera espectacular durante “anfetamínicas” sesiones allnighter. De ahí que también incorporasen a su estilo zapatillas de gimnasia, cómodas para sus bailes, además de polos de manga larga Peter Werth y zapatos náuticos (Wannabes Fanzine, 2013: 5). Según Ian Hough también fueron los primeros en descubrir la ropa deportiva, igualmente por comodidad. Estos soul boys, a pesar de su principal afición por la música, ocuparon el hueco que los boot boys de los setenta habían dejado en las gradas de Mánchester. Fue una evolución natural, de las discotecas a las gradas. Decía Hough que:

“[En Mánchester] es imposible escapar de las garras del fútbol. No importa lo gay, lo obsesionado con la moda o lo adicto a la vida de discoteca que seas, que la sombra maníaca del fútbol te engullirá y te poseerá, como un agujero negro. Y es una cosa negra, el soul, y allí donde el fútbol y el soul chocan, la evolución es inevitable” (Wannabes Fanzine, 2013: 5).

Sea como fuere, hacia 1979 los perry boys ya llenaban las gradas de Old Trafford y Maine Road.

EXPANSIÓN A LONDRES Y RESTO DE LA ISLATop

No pasó mucho tiempo hasta que los chicos de la capital londinense comenzaron a verse influenciados por el estilo procedente de los aficionados del noroeste. El revivalmod de 1979 había colocado de nuevo a Londres en el centro mundial de la moda, extendiendo las tendencias mod durante finales de los setenta y principios de los ochenta.[15] Había otros estilos en juego también, como los ya nombrados soul boys del sur o los rastas y fans del reggae y la escena 2-Tone. Y por supuesto los skinheads, que lideraban el estilo en las gradas de los estadios londinenses, especialmente en el East End con los cockneys del West Ham. A finales de los setenta algunos de estos skinheads habían empezado a dejarse el pelo largo y a vestir diferente, jerséis en lugar de polos Fred Perry, chaquetas de cuero en vez de bombers y zapatos o deportivas en lugar de botas militares. El término chaps se convirtió en sinónimo de los aficionados no skinheads de equipos de Londres (Thornton, 2012: 46-47).

Sin embargo, tal y como cuentan algunos de los testigos, a pesar de la fuerza de las distintas tendencias juveniles de la ciudad y del proto-estilo mínimamente desarrollado ya en los estadios londinenses, progresivamente los lads de la capital comenzaron a darse cuenta del nuevo estilo que imperaba en las gradas de Liverpool y Mánchester. En los partidos que enfrentaban a sus equipos quedaban impresionados de la forma de vestir de scousers y mancunians, tal y como cuenta un aficionado del Arsenal la primera vez que se cruzó con los scallies:

“Siempre ha habido debate sobre dónde comenzó la escena casual. […] Todo lo que puedo decir es que […] no fue en Londres. Mi introducción a la nueva moda en las gradas fue en Wembley para la Charity Shield de 1979. […] Recuerdo salir del estadio detrás de un grupo de aficionados del Liverpool. Fue la primera vez que vi un corte de pelo wedge. Todos parecían tener un tic nervioso, pues continuamente apartaban el flequillo de sus ojos con un giro de cabeza y vestían con algunas ropas muy elegantes. He de admitir que lucían bastante impresionante” (Thornton, 2012: 48).

Un par de temporadas después, recuerda este mismo aficionado cómo algunos amigos del West Ham le comentaban que ellos ya llevaban un tiempo vistiendo de esa forma en Upton Park, intentando defender que era donde había empezado todo. Dice que entonces: “Les conté acerca de los fans del Liverpool que había visto en Wembley en el 79 y todos tuvimos que admitir que ellos fueron pioneros dentro y fuera del campo” (Thornton, 2012: 49). De esa forma, tras ese período de asimilación, la escena casual inundó Londres por completo y cada equipo de la capital tenía su firm vestida elegantemente. Rápidamente, ser visto como el mejor vestido se volvió de nuevo más importante que ser el más duro del grupo.

Hough dice que “había visto escrito por otro autor [se refiere a Andy Nicols en su libro Scally] que los lads del Tottenham ‘educaron’ al resto de equipos cockneys en la cultura durante los primeros días de los casuals”.[16] Se refería a que fueron los pioneros en Londres. Totalmente de acuerdo con esto, Hough afirmaba:

[Los lads del] Tottenham vinieron a OT [Old Trafford] en cortavientos verdes, Doc Martens y cabezas rapadas a finales de octubre de 1981, en la Copa de la Liga, y cuando jugamos contra ellos de nuevo a mediados de abril de 1982, en la liga, allí estaban todos con chándales Ellesse y Tacchini, tipos negros llevando zapatillas deportivas […]. Leeds y Tottenham fueron los primeros lads que propiamente desarrollaron un indicio de estilo fuera del noroeste, pero el resto no tardó mucho en hacer lo mismo (Hough, 2007: 116).

Y es que la ropa deportiva apareció como una exhalación y comenzó a despertar la fiebre de los casuals, que buscaban con hacerse con el último modelo de chándal o track-top. Otros deportes, especialmente el tenis y el golf, ejercieron una fuerte influencia en el estilo de las firms británicas. En 1980 se disputó la mítica final del torneo de Wimbledon entre John McEnroe y Bjorn Borg, con victoria del sueco. En la final del año siguiente el americano se tomaría la revancha, forjando una rivalidad histórica. En términos de moda, eran finales Fila versus Sergio Tacchini, con el sueco luciendo su propia colección Fila “BJ” y sus zapatillas Diadora “Borg Elite”. McEnroe, por su parte, vestía ropa de Tacchini y deportivas Nike, no tan comerciales aún entonces. Ellesse también causó un fuerte impacto, también 1881 Cerruti, popularizada por Jimmy Connors. Toda esta ropa deportiva vino a complementar y a refrescar el repertorio ya existente de Adidas, Puma y, en menor medida, Nike. Las marcas deportivas francesas e italianas comenzaron a tener mucho tirón en Gran Bretaña durante los siguientes años, iniciando una popular moda que sería revivida muchas veces durante las dos décadas siguientes. En particular, los track-tops Fila BJ fueron los más perseguidos y cotizados, especialmente difíciles de encontrar en sus versiones verde. El golf también encontró su hueco en la escena casual, especialmente marcas escocesas de jerséis como Pringle, Lyle & Scott y Braemar. Londres albergaba un buen número de tiendas especializadas en ropa deportiva, por lo que no es de extrañar que los cockneys fuesen los primeros en detectar estos estilos (Thornton, 2012: 51-52).

Por otro lado, las firms de clubes londinenses pronto serían emuladas por otros grupos de hooligans a lo largo de la isla en relación a otro aspecto. Especial mala fama se granjeó la ICF del West Ham, quienes marcaron un importante cambio en las tácticas y rituales correspondientes a los desplazamientos de las firms. Se acabaron los días de viajes masivos y peleas en las gradas. Las firms serían entonces mucho más herméticas, mejor organizadas, buscando la fuerza en grupos reducidos y autosuficientes, y frecuentemente congregándose en las zonas más cercanas a los aficionados rivales (Thornton, 2012: 51).

Con Liverpool, Mánchester y Londres como epicentros de la cultura casual, cada una de ellas tuvo su propio radio de influencia. Debido a su gran extensión, Londres atrajo a aficionados desde todo lo largo de la costa sur, pasando por los home counties, hasta East Anglia (Thornton, 2012: 75). Lugares como Brighton, donde tan fuerte había pegado la escena mod revival, o Portsmouth, con su acento cockney bastardeado y su famosamente violenta 6.57 Crew[17], y la ciudad que mayor escena casual vivió en el sur de Gran Bretaña. Como asegura uno de sus aficionados: “El estilo en Pompey[18] estaba claramente definido por Londres […]. A inicios de los ochenta éramos el único equipo en el sur con un gran número de casuals. Brighton no era capaz de juntar gente y nuestros rivales del Southampton era un poco el hazmerreír. […] No había nombre para ello, aunque las chicas solían llamarnos dressers[19] (Thornton, 2012: 77). Eddie Crispin, una de las caras más conocidas de Portsmouth, explica cómo eran las cosas en su ciudad:

A finales de los setenta y principios de los ochenta, la mayoría de los que seguían al Pompey eran soul boys o skinheads. […] La temporada 80-81 vio cambios en la forma de vestir de los lads. […] Una temporada o dos después, la ropa que se vestía para el partido empezó a cambiar a paso acelerado, a veces semanalmente. […] Chubasqueros o track-tops, Pringle o Gabicci, Farah o Fiorucci, Nike o Diadora, e incluso gorras cervadoras iban y venían. Pero entre todo ello aún teníamos a los Pompey punks, los Fareham rockabillies y […] los Pompey ‘beer monsters’. [En 1983] Pompey ya había empezado a organizarse y todos los diferentes grupúsculos empezaron a viajar en tren en masa bajo el nombre 6.57. […] A esta altura los colores de la ropa eran más llamativos: Kappa, Fila y Tacchini […] se veían en multitud de tonos vivos y pastel. Una semana se llevaba cierto modelo de zapatillas, a la siguiente desert boots de ante, luego otro modelo de deportivas. Y la 6.57 se convirtió en una firm enorme; viajábamos en buen número a cada esquina de Gran Bretaña. El dicho en la noche de los viernes era: ‘la única excusa para no ir es… ¡Si estás enchironado!’ (Routledge, 2013: 242-246).

El territorio de las Midlands resulta una especie de misterio o mundo aparte respecto al resto del país. Birmingham, la segunda ciudad más grande de Reino Unido, nunca igualó a Liverpool ni Mánchester a nivel de innovación cultural. Las ciudades vecinas de Stoke-on-Trent, Wolverhampton, Derby, Nottingham y Leicester tenían aficionados al fútbol, siendo Stoke y Nottingham las más vanagloriadas. Sin embargo, aunque Derby County y Nottingham Forest cosecharon títulos importantes durante los años setenta, la región entera cayó en una especie de depresión futbolística. Solo el Aston Villa compitió con los grandes equipos del noroeste y la capital, pero fueron sus menos exitosos vecinos del Birmingham City –con su firm Zulu Warriors– quienes protagonizaron los episodios fuera del césped. Los Zulus, como otras firms del Manchester City y Arsenal, tenían una gran proporción de lads negros en sus filas. La deuda de los casuals a la moda de los afroingleses no se puede subestimar, y muchas firms presumieron de tener entre ellos al menos a un puñado de miembros influyentes de raza negra y elegantemente vestidos, frecuentemente conocidos como top boys[20] (Thornton, 2012: 95).

Siguiendo con nuestro curso de sur a norte encontramos el condado de Yorkshire, un baluarte tradicional del rugby league pero donde el Leeds United –a pesar de su decadencia futbolística en los ochenta– atrajo a uno de los grupos de hooligans más violento y numeroso: la Leeds Service Crew. En Sheffield, dos clubes protagonizaban una feroz rivalidad. La Blades Business Crew del Sheffield United cosechaba la mayor reputación en los círculos hooligans. Por su parte, el Sheffield Wednesday era más exitoso dentro del césped, pero sus aficionados nunca fueron realmente protagonistas en lo extradeportivo. El estilo imperante en Yorkshire fue objeto de muchos editoriales del fanzine The End (Thornton, 2012: 87).

Si en algún sitio el término casual fue aceptado y adoptado por completo como identidad juvenil, ese fue Escocia. Los aficionados escoceses llevaban mucho tiempo siendo ridiculizados en el estereotipo de alcohólicos y por un arraigo al estilo de los setenta: pelo largo, pantalones de campana, botellas de whisky y bufandas. En particular, Glasgow parecía estar anclada en el pasado, con los aficionados de Celtic y Rangers todavía vistiendo con los colores de sus clubes y por ende, de sus históricas y políticas reivindicaciones sectarias.[21] Fuera de Glasgow, otras firms escocesas habían empezado a innovar en el estilo antes de que lo hiciesen muchas ciudades inglesas, principalmente Motherwell y Aberdeen, que pronto fueron seguidas por los lads del Hibernian de Edimburgo (Thornton, 2012: 100).

UN PASO ATRÁS: RETRO-SCALLIES Y SCRUFFSTop

Como hemos visto, la ropa deportiva se había extendido a lo largo y ancho de Gran Bretaña, en cuestión de poco tiempo el look deportivo de los casuals se podía ver en todos los estadios y también muchos clubes nocturnos de la isla. Sin embargo, los medios habían empezado a caer en la cuenta, por lo que pronto empezaron a surgir reacciones a esta propagación y estandarización del estilo.

En el verano de 1983 la conocida revista The Face –autoproclamada árbitro del estilo callejero– pareció entender lo que había estado pasando durante los cinco o seis años anteriores. Los artículos escritos por Dave Rimmer –Londres– y Kevin Sampson –Merseyside– ofrecieron dos versiones de la rivalidad estilística, acompañadas de fotos y documentando por primera vez el estilo dominante en muchos grupos. Su revelación de lo que ellos llamaron casual pasó a formar parte del folklore juvenil británico. Como asevera Phil Thornton, mucha gente –incluido él– se burló de ese intento de convertir “This Thing of Ours[22] en una pose y un uniforme. De esa forma rechazaron aceptar casual como la palabra que los definiese (Proper Magazine: 69). Cualquier seguidor de una subcultura reacciona negativamente ante su exposición a los medios de masas. En este caso, los scallies/perrys/cockneys/dressers no serían una excepción. Muchos sintieron que los artículos publicados por The Face no hacían ningún favor a la escena, puesto que atentaba contra el sentido de identidad y pertenencia. Además ponía en riesgo la esencia de su cultura, un sentimiento de elitismo y naturaleza única (Thornton, 2012: 114).

De esta forma se impuso el concepto one-upmanship y nuevamente Liverpool, Mánchester y Londres lideraron separadamente sus caminos estilísticos y culturales. Comenzaron a aparecer diferencias regionales en el estilo, favoreciendo una fragmentación de la escena, tanto geográfica como generacionalmente. Mánchester desarrolló un estilo único entre 1983 y 1984 que rechazaba deliberadamente el gran colorido del look deportivo que imperaba en otras ciudades. Los mancunians ya se habían diferenciado anteriormente al vestir chándales completos, a diferencia de la tendencia general de utilizar solo las partes de arriba (track-tops). Volvieron los pantalones acampanados –que irremediablemente se asociaron con los lads de Manchester City y United– comenzando un nuevo estilo llamado scruff (Thornton, 2012: 114).

El look scruff recordaba a la generación beat e incluía un montón de elementos: perillas y barbas de pescador, chaquetas C&A, parkas tipo snorkel con grandes capuchas, cardiganes Dunn & Co, jerséis Marks & Spencer, sudaderas Marc O’Polo, camisas de cuadros, pantalones vaqueros Wrangler o de pana Dickie –con campana de hasta 24 pulgadas– Adidas Jeans y Cords o zapatos Clarks. Estas prendas formaron parte de un estilo único que se comenzó a ver en los alrededores de Old Trafford y Maine Road (Proper Magazine: 70; Wannabes Fanzine: 7). El gusto por los pantalones de campana se exportó a otras ciudades. Liverpool, sin embargo, prefirió los semiacampanados con no más de 18 pulgadas. Hacia el verano de 1985 la locura por los pantalones de campana había ya casi desaparecido, aunque volvería a rebrotar de nuevo cinco años más tarde. Scruff fue una moda pasajera que, por un tiempo, representó algo único y verdadero procedente de las calles de Mánchester. Fue una cultura que desafió todo sentido común, rechazando las nociones de estilo y moda imperantes, redescubriendo uno de los más viejos clichés de los setenta –los pantalones de campana– y volviendo a ponerlos de moda (Thornton, 2012: 119). Una vez más los casuals no cejando en su empeño de ser pioneros, de perseguir la originalidad y la exclusividad.

En Liverpool, los casuals se enamoraron del tweed y el suede.[23] La reacción scouser al look deportivo fue conocida como retro-scally, y se trató de algo más que un simple look. Diferentes agentes como las drogas, la música y hasta la militancia política tuvieron su papel en esta vuelta de tuerca (Wannabes Fanzine: 7). El carácter aislado de Liverpool respecto al resto del país se intensificó debido a la batalla política contra el gobierno Tory, particularmente dura en una ciudad industrial y portuaria.[24] El futuro no era nada esperanzador, por lo que resultó normal que la juventud buscase evadirse de la realidad, encontrar una vía de escape. Como en muchos otros casos, las drogas y la música hicieron su aparición natural ante este panorama. Comenzó una fascinación por el antiguo catálogo de rock progresivo con sus discos conceptuales, la experimentación y las canciones de 20 minutos con letras surrealistas[25] (Wannabes Fanzine: 8). Según recuerda un aficionado del Everton: “mucha de la música no podía ser escuchada sin drogas […]. La hierba y los alucinógenos [LSD y hongos] eran las drogas principales” (Thornton, 2012: 122). Respecto al estilo, los retro-scallies vestían como verdaderos profesores de geografía: chaquetas de tweed y de pana, vaqueras Levi’s, chalecos y jerséis de lana, chaquetas enceradas (tipo Barbour). En los pies, zapatos brogues, desert boots Clarks o, de nuevo en escena, Adidas Stan Smith. Los scousers lo habían vuelto a hacer. Adoptando una filosofía relajada, desarrollaron un nuevo estilo propio y totalmente libre de influencias externas (Wannabes Fanzine: 8).

Mientras tanto, en Londres las firmscockneys también estaban reconduciéndose en una nueva dirección que consistió en una versión casual más elegante y formal. Se empezaron a adoptar peinados con engominados hacia atrás o pelo de punta; camisas de cachemir y pantalones negros de pinzas sustituyeron a los polos y pantalones vaqueros. Diferentes firms adoptaron entonces uno de estos estilos, o sino mezclaron y combinaron elementos de cada uno para formar su look propio. Esta amplia gama de opciones condujo a una diversidad aún más amplia en la escena casual (Proper Magazine: 70). Comenzaban entonces los años más salvajes.

1985: EL AÑO QUE CAMBIÓ EL FÚTBOL INGLÉSTop

En líneas anteriores expliqué que los disturbios callejeros tomaron un cariz más que habitual en Gran Bretaña durante la década de los ochenta. Pues bien, en lo concerniente al fútbol no fue ni mucho menos una excepción y, durante estos años, el nivel de violencia fue aumentando a medida que la escena casual se extendía por toda la isla y se tornaba en masiva. Las firms, aprendiendo de sus errores, fueron mejorando su organización a lo largo de los años, desarrollando tácticas de distracción y sorpresa, con el objetivo principal de evadir a la policía y de pillar desprevenidos a los aficionados rivales. Al contrario que una creencia bastante común, incluso dentro de los propios círculos hooligans-ultras actuales –y totalmente incorrecta– el que los casuals cuidasen su estilo y vistiesen ropa elegante nada tenía que ver con una intención de pasar desapercibidos y, de esa forma, evitar ser controlados por la policía. Esto es algo que se ha malinterpretado y que supone uno de los errores más comunes a la hora de caracterizar a los protagonistas de esta cultura.

El año 1985 es bien conocido por ser el momento en que el nivel de violencia en el fútbol inglés alcanzó un máximo histórico. Prácticamente cada semana había incidentes en algún estadio. Las peleas, encerronas y escaramuzas antes, durante y después de los partidos se habían convertido en una parte más del juego, si es que hubo algún momento en que no lo fuesen. Pero quizás fuese este el momento en el que los altercados comenzaron a ser más mediáticos, especialmente por importantes tragedias ocurridas en varios estadios de fútbol.

El 11 de mayo de 1985, en Valley Parade –estadio del Bradford City– la grada principal ardió en llamas durante un partido entre Bradford y Lincoln City. Este era el día en el que se suponía que el Bradford City iba a celebrar el título de la Tercera División (Routledge, 2013: 212). El suceso dejó imágenes realmente estremecedoras e historias personales realmente impactantes.[26] Aficionados intentando saltar al césped huyendo de una grada totalmente en llamas que se redujo a cenizas en apenas unos minutos. La mayoría de estadios ingleses de la época –especialmente en los clubes más pequeños– incluían gradas construidas en madera, de ahí la rapidez con la que se propagó el fuego. Algunos de ellos incluso aún conservan gradas de este material hoy en día. La cifra total de víctimas incluyó 56 personas fallecidas y más de 260 heridos (Routledge, 2013: 212). La magnitud del incendio de Valley Parade eclipsó otro incidente ocurrido aquel mismo día en el estadio de St. Andrews en un encuentro entre Birmingham City y Leeds United donde, a consecuencia de una pelea entre lads de ambos equipos, un muro colapsó y cayó provocando la muerte de un inocente aficionado adolescente (Routledge, 2013: 212).

Pero si preguntásemos a la gente sobre tragedias ocurridas en un estadio de fútbol, seguramente la respuesta más repetida sería Heysel. El estadio belga de Heysel acogió la final de la Copa de Europa en 1985 entre Liverpool y Juventus. Aquel 29 de mayo, tan solo 18 días después de lo ocurrido en Bradford, sucedió uno de los episodios más dramáticos y recordados en la historia del fútbol europeo. De nuevo una pelea entre fans de ambos equipos sembró el caos en las gradas y una avalancha. Esa masa incontrolada de gente provocó el colapso de un muro contra el que fallecieron 39 personas, más 600 heridos de diversa índole (Routledge, 2013: 212). Peter Hooton –recordemos creador del fanzine The End y cantante del grupo The Farm– estuvo presente tanto en Bruselas como en Roma el año anterior.[27] De su opinión acerca del asunto podemos resaltar algunos detalles:

La razón de que gente muriese es tan simple como que era un estadio ruinoso. Si hubiese ocurrido en otro estadio, nadie habría muerto. Fue una absoluta broma […] y la policía no sabía cómo controlar a la multitud. Muchos habían estado bebiendo pero la causa de las muertes fue un estadio inadecuado. Todos habíamos visto ese tipo de incidentes anteriormente y la gente simplemente se apartaba, se apretujaba en una esquina, pero los muros no se caen. Lo había visto 100 veces en Anfield Road.

[…] No importa quien empezase, la UEFA no debió situar a los fans de la Juventus justo al lado de los del Liverpool con solo una alambrada como separación, tan simple como eso. Yo no sentía ninguna culpa por lo que sucedió. […] Es difícil explicar lo mal que estaba el estadio […] se caía a pedazos. Donde la gente murió, delante, había una especie de tramo de alambrada y fue bastante gente la que hizo caer aquel muro (Thornton, 2012:153).

Otro episodio menos conocido fuera de Gran Bretaña pero no por ello menos importante fueron los llamados disturbios de Kenilworth Road, estadio del Luton Town. Se disputaba un partido correspondiente a la sexta ronda de la FA Cup que enfrentó a Luton Town y Millwall (Routledge, 2013: 213). El 13 de marzo de aquel mismo año fue testigo de un estadio y alrededores totalmente destrozados, en un día que resultó uno de los más gráficos ejemplos de una firm –la del Millwall– en su máximo nivel de furia. Los allí presentes observaron con desdén a los incontrolados hooligans que estaban bombardeando a la policía con asientos y que invadieron el césped tras el pitido final. Solo hubo unos cuantos heridos, pero la imagen de tal cantidad de aficionados desmadrados y arrasando todo a su paso forzó al gobierno a tomar cartas en el asunto (Thornton, 2012: 146). Uno de los MiGs –Men in Gear, firm del Luton Town– recuerda algunos detalles de aquel día:

Por más que nosotros pensábamos que íbamos progresando como grupo, el toque de atención nos llegó cuando tocó Millwall en el sorteo de copa. Posiblemente las imágenes más conocidas de peleas dentro de un estadio. Las consecuencias de aquellos disturbios pusieron a los incidentes en el fútbol en primera línea de la agenda política, y la pelea en Luton como responsable, en parte, del principio del fin de los MiGs. […] Ellos estaban por todas partes. Días antes todo el mundo sabía a lo que nos enfrentábamos […] y hacia las dos ya había una multitud enorme cerca del estadio, enfrentándose a nuestros ‘amigos’ BPYP [Bury Park Youth Posse, otra firm del Luton]. Éramos incapaces de pararles. […] Deambulaban por la calle con total impunidad de la policía y ciertamente no estaban demasiado preocupados por nosotros. Parece que todo el mundo esperaba aquella invasión excepto la policía de Berfordshire. […] Prueba de cuánto potencial tenían los chicos de azul [Millwall] por aquel entonces (Thornton, 2012: 146-147).

A consecuencia de estos incidentes el Luton Town decidió prohibir la entrada en Kenilworth Road a aficionados visitantes durante cuatro temporadas. Además al club le fue prohibida su participación en la siguiente Football League Cup. Luton Town empezó a imponer un plan basado de carnés de socio –para mejorar la seguridad– el cual Thatcher quería hacer efectivo en todos los estadios de Inglaterra (Routledge, 2013: 213).

Estos desastres fueron la trágica culminación de un año en que los hooligans ingleses vivieron peligrosamente al límite. Pues ya no se trataba de simple escaramuzas y peleas, como protagonizaron las bandas de mods en sus rallies a ciudades como Brighton. Esos puñetazos al borde del mar no eran nada en comparación con estos disturbios. Lo ocurrido en Luton, Birmingham y Bruselas puso la popular ferocidad de los mods en su verdadera perspectiva histórica. Lo sucedido en 1985 fueron auténticas conductas violentas que sembraron verdadero terror. Especialmente Luton y Heysel hicieron a mucha gente sentarse a pensar y replantearse lo que estaban haciendo (Thornton, 2012: 148-149). De nuevo en palabras de Hooton:

Después de Heysel, los aficionados de fútbol se convirtieron en el enemigo público número uno como declaró Margaret Thatcher. […] Se acabaron las multitudes. La gente hablaba sobre carnés de identidad. Mucha gente pensaba ‘mejor que no lleve a los niños’, había un ambiente deprimente, sobre todo entre los aficionados del Liverpool (Thornton, 2012: 153-154).

Otra consecuencia del desastre fue una orden de la UEFA que prohibió a todos los clubes ingleses la participación en competiciones europeas hasta la temporada 1990-91, con un año adicional para el Liverpool[28] (Routledge, 2013: 212). Con todos los clubes ingleses sancionados, el gobierno de Thatcher sintió que tenía que actuar duramente también. El National Criminal Intelligence Service –NCIS– dedicó un equipo especial para trabajar contra el hooliganismo y la brigada de información policial pronto se convirtió en un elemento más de los viajes a partidos fuera de casa.[29] Aumentó la monitorización de la seguridad mediante la instalación de cámaras de videovigilancia dentro de los estadios, una presencia extra de personal de seguridad –los conocidos stewards– más y más áreas de grada con asientos obligatorios y restricciones en el aforo. Todo esto combinado frecuentemente con brutales tácticas policiales que perseguían convertir la asistencia a un partido de Primera División en una experiencia incómoda y a menudo deprimente. Los aficionados de fútbol eran uno de los enemigos internos del gobierno Tory y serían tratados tan duramente como lo fueron los sindicalistas huelguistas. El establecimiento de unidades de policía dedicadas a los hooligans trajo en los siguientes años redadas contra conocidos y sospechosos grupos hooligans como la ya nombrada ICF, los Headhunters del Chelsea o los Guvnors del Manchester City. Muchas firms fueron sometidas a grandes procesos judiciales, con sentencias de prisión y prohibición de acceso a estadios de fútbol de por vida en algunos casos. Sin embargo, muchos fueron los casos perdidos por parte de la acusación, con importantes compensaciones económicas a los condenados, debido a falsificación y recolección cuestionable de las pruebas policiales (Thornton, 2012: 155).

¿EL PRINCIPIO DEL FIN?Top

Durante los siguientes años el estilo de los casuals siguió evolucionando, girando en torno a la búsqueda de nuevas marcas y tipos de prendas. Los looks de la época retro-scally-scruff mudaron en un nuevo estilo que se hizo llamar new continental. Se trataba de un look más arreglado que combinaba elementos del scruff con nuevas marcas, las llamadas “tres ces”: Ciao, Chevignon y Chipie (Proper Magazine: 71). Como apuntábamos anteriormente la fiebre por los pantalones de campana fue pasajera y, para la final de la FA Cup de 1985 en Wembley, todos los mancunians vestían pantalones de pinza, muestra de lo drástico y fugaz en los cambios de estilo. De nuevo la oferta de opciones en cuanto a marcas y prendas era muy amplia, así como las distintas maneras de vestirlas. Esto sumió a los medios en la confusión. A la cabeza, la nueva revista Arena de los mismos editores de The Face, que intentaron hacer creer que los casuals estaban copiando la moda de los llamados paninaro italianos.[30] La influencia de la moda italiana era clara, con marcas como Stone Island, Pop 84, Fiorucci o Armani, pero ¿realmente sabían los casuals lo que vestían los jóvenes italianos para poder acusarles de copiar? Según Phil Thornton fue un mito, pues no tenían ni idea (Proper Magazine: 71).

Los años 1987 y 1988 supusieron un nuevo giro en la escena casual. Sin embargo esta vez no tuvo que ver con el estilo, que aun así seguía evolucionando. Lo importante de esta nueva etapa fue un cambio en la actitud y comportamiento de los casuals. Y es que comenzó a hacer aparición un nuevo género musical procedente de Chicago, el house, que se fue abriendo camino usurpando el lugar que hasta entonces ocupaban el soul, hip-hop, electro, jazz-funk y rare groove en los clubes nocturnos (Wannabes Fanzine: 10). A diferencia de EE.UU., la música house alcanzó las listas de éxitos británicas y también encontró una audiencia cautiva con muchos aficionados de fútbol. El llamado Segundo Verano del Amor de 1988 introdujo a la juventud británica a su mayor cambio cultural colectivo en la última década. A pesar de su arrogancia provocadora, la rebelión del punk no duró mucho hasta que el establishment consiguió absorber la energía e irreverencia de la escena y reconducirla hacia el consumo de masas. Sin embargo, lo que se conoció como acid house fue una cultura más moderna y permisiva a tenor de sus características: su naturaleza apolítica, una monumental repetitividad, una dependencia de elementos tecnológicos y la veneración de miles de discípulos. Los clubes nocturnos se sintieron notablemente reforzados y los casuals hicieron su aparición en números importantes (Thornton, 2012: 176, 178).

De la mano del acid house entró en Gran Bretaña el éxtasis, pegando un verdadero pelotazo a nivel social y cultural. El consumo de éxtasis influyó tremendamente en la cultura de baile, como dice Thornton (2012: 178) “relajó los labios y las actitudes”. Bailar dejó de tener un objetivo y se convirtió en una actividad disfrutable en sí misma. Ya no se necesitaba ser el que mejor se movía, o conocer los detalles de la canción que bailabas, como ocurría en la escena northern soul y rare groove. La escena acid house simplemente demandaba formar parte de ella. Estar presente en una noche de acid house en su momento álgido, tanto en Londres como en Mánchester, suponía ser parte de algo especial (Thornton, 2012: 178-179). Esa relajación general tuvo su efecto en la moda, y se empezaron a vestir prendas más flojas. Plumíferos y chaquetas de montañismo –frecuentemente en tonos chillones– junto con anchas camisas de cuello Mao, vaqueros de carpintero, pantalones de chándal ligeros y anchos y botas tipo Timberland (Proper Magazine: 72).

La corriente estaba volviendo a cambiar. Tal y como 1977 había marcado el primer paso del punk hacia los primeros scallies, 1988 fue testigo de cómo los casuals abandonaron sus raíces para avanzar hacia algo nuevo. ¿Fue este el fin del principio o el principio del fin? La evolución no tenía hueco para el sentimiento y los casuals perseguían el progreso, no el vivir en un pasado idealizado.

En Mánchester, el club The Haçienda – que había abierto sus puertas en 1982– empezó a ganar éxito y popularidad a partir de sus noches electrónicas pioneras en toda Inglaterra –muchas dedicadas al sonido acid house– que expandieron la escena y relanzaron a la discoteca. En la enorme popularización de esta nueva escena tuvo mucho que ver la denominada movida Madchester –impulsada por Tony Wilson– fundador de Factory Records y dueño de Haçienda. Una revolución musical que cristalizó en bandas como Happy Mondays, The Stone Roses, 808 State o Inspiral Carpets. Unas bandas que pusieron a bailar a toda una ciudad, que se convirtió en el centro musical y cultural de Gran Bretaña. Los casuals tomaron esta efervescente escena musical como vía de expresión, reflejados en las bandas Madchester, llenando los clubes nocturnos donde sonaba su música y consumiendo las mismas drogas que ellos consumían (Wannabes Fanzine: 9). Se dice que el éxtasis mató el hooliganismo, o al menos lo durmió por un tiempo, dejando una huella imborrable en la cultura casual. El acid house, la movida Madchester y la incipiente escena rave no habrían sido lo mismo sin la presencia de los casuals, que se ganaron el título de vanguardia de este movimiento. Tras esto nada fue igual, ni la cultura casual ni, en general, la importancia de las subculturas.

CONCLUSIONESTop

Existe una corriente de pensamiento que defiende que hubo un momento en que las subculturas juveniles desaparecieron, mutando en culturas de club. Una idea que asegura que la emergencia de la cultura rave a finales de los ochenta dejó para la historia el mundo de las subculturas.[31] El nuevo ambiente político individualista y neoliberal instaurado por el thatcherismo requería sustituir el limitado concepto de subculturas basadas en la clase por nuevos conceptos postmodernos, que admitiesen la flexibilidad de las nuevas agrupaciones contemporáneas de jóvenes, más diversas y heterogéneas (Hall, 2014: 33). Muchos son de la opinión de que la escena casual también fue víctima de este proceso, desapareciendo bajo las redes del acid house y las raves. Sin embargo, otros creemos que sufrió una transformación. Marcada por el impacto de la escena musical y por los agentes político sociales, la cultura casual se transformó y se reinventó. Bajo mi punto de vista el carácter individualista de la cultura casual –que la diferenciaba de otras subculturas– fue lo que permitió una mutación y una adaptación a la nueva realidad. El desclasamiento social perseguido por el gobierno de Thatcher no afectó a esta cultura, puesto que como ya hemos visto presentaba unas características que la distinguían del resto de subculturas y que la permitieron sobrevivir.

La cultura casual en Gran Bretaña amplió sus espacios, de las gradas a las pistas de baile y las raves –en dirección opuesta a como había ocurrido años atrás– experimentando una evolución natural que la actualizó y la enriqueció. Como anticipé al inicio del trabajo, el análisis de la evolución de los estilos y actitudes de los casuals supone un ejemplo perfecto de cómo una subcultura sobrevivió al proceso político, social y cultural desarrollado en Gran Bretaña en la década de los ochenta. La constante búsqueda de la exclusividad y originalidad en el estilo, persiguiendo la evolución y la diferenciación con respecto a los demás, llevaba implícita una actitud de singularidad del individuo respecto a la masa. Al final todo desemboca en el concepto one-upmanship, cuyo desarrollo y aplicación a la práctica de los hechos supone el mejor método para entender la importancia de la cultura casual.

Tras estas consideraciones dentro de un marco conceptual de la historia social, me gustaría finalizar con una última reflexión. Considero de gran importancia el trabajo de intentar crear conexiones entre las actividades diarias y las expresiones de ciertos grupos de jóvenes, y las cambiantes coyunturas históricas y configuraciones históricas más amplias, si queremos realmente comprender cómo reaccionan los jóvenes ante lo que la sociedad está haciendo de ellos. De esta manera podemos observar cómo algo que pudiera parecer tan insignificante como la cultura casual transformó la moda británica para siempre. Los casuals convirtieron la ropa deportiva en ropa de diario. La ropa de diseño –en origen dirigida a las clases más pudientes– es tan popular actualmente que incluso roza la ubiquidad. Hoy en día encontramos tiendas de ropa deportiva repartidas en cada ciudad, mientras que vestir ropa de diseño se ha convertido en algo totalmente convencional. La cultura casual redefinió cómo una generación de chicos vestiría durante las siguientes décadas.


NOTASTop

[1]

Una de las obras fundacionales del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos (CCCS) de la Universidad de Birmingham, con Stuart Hall a la cabeza y, por consiguiente, de los Cultural Studies.

[2]

Destacan declaraciones tan graves como: “La clase es un concepto comunista […] agrupa a las personas en bloques y las enfrenta entre sí”. “La moral es personal. No existe conciencia colectiva, la bondad colectiva o la libertad colectiva”. “No existe una cosa llamada sociedad. Hay hombres y mujeres individuales, y hay familias” (Jones, 2013: 65).

[3]

En el original (Routledge, 2013: 211): “National Union of Mineworkers” (NUM) y “British Trades Unions”.

[4]

Aunque ahora sea la palabra general para referirse a esta subcultura juvenil, la etiqueta casual realmente nunca fue usada en Liverpool en aquella época. Términos como smoothies, straights, squares o scallies eran los apodos que se oían entonces en el condado de Merseyside (Hewitson, 2014: 14). No fue hasta agosto de 1983 cuando la revista The Face otorgó reconocimiento a esta cultura a través de dos artículos de Kevin Sampson y Dave Rinner. Este último fue el primero el denominar casuals a los protagonistas de esta cultura en ciernes (Hewitson, 2015: 9).

[5]

Gentilicio popular utilizado para la población de Liverpool y del condado de Merseyside en general. También alude al peculiar acento y dialecto local.

[6]

Aunque el significado original de lad es “chaval u hombre joven”, es un término utilizado principalmente en Reino Unido para referirse a un tipo de varón joven normativo que se comporta de acuerdo a determinados patrones de conducta tradicionalmente vinculados a su edad o género. Un tipo de comportamiento fuertemente relacionado con un sentimiento de pertenencia a la clase obrera (Hall, 2014: 26, nota 2). En nuestro caso, es un término muy utilizado para designar a los jóvenes hooligans británicos.

[7]

En el original (Thornton, 2012: 22): “a hybrid collection of football-going trendies and post-punk misfits latching onto the emerging electronic musicscene coming out of Sheffield and Dusseldorf”.

[8]

Un estilo “atazonado” dado a conocer ya a mediados de los setenta y popular entre aquellos que iban a la vanguardia de la moda juvenil, en concreto los fans de la música soul del sur de Londres, donde se encuentran las raíces de este peinado (Thornton, 2012: 24).

[9]

En locales como Checkmate en 1977 podía sonar ‘New Rose’ de The Damned y ‘Heroes’ de Bowie simultáneamente en diferentes escenarios. Junto con los punks y los fans de Bowie, todos peculiarmente vestidos, convivían un montón de chavales aficionados al fútbol (Thornton, 2012: 23).

[10]

Término francés para referirse a un tipo de prenda para lluvia, con capucha, tipo chubasquero o anorak, que normalmente incorpora un cierre frontal hasta la mitad del cuerpo.

[11]

En la época, Liverpool registró el 30% del total de ventas de la factoría Adidas en Reino Unido. Entre 1979 y 1981 la tienda Top Man facturó £750.000 solo en zapatillas de esta marca y vendió 20.000 cagoules Adidas ST2. Un par de Samba costaba £20 por aquel entonces (Hewitson, 2017: 26). Estas cifras revelan sin duda una estrecha relación con la cultura que se estaba generando alrededor del calzado y ropa deportiva.

[12]

Hewitson (2017: 35) enumera varias: Lois, Inega, Jesus, FU’s, Second Image, Fiorucci, Ritzy, Razzy, Ciao, King, Pace, Lee, Flemings o la marca local scouser 051’s. Una gran variedad que da muestra de la continua innovación en la adopción de pautas de estilo.

[13]

Término en inglés referido comúnmente a los grupos de hooligans británicos. Se suele emplear mob para referirse a una primera época cuando los grupos carecían de organización, utilizando firm para indicar grupos hooligans que ya presentaban una cierta planificación y táctica en sus actuaciones. Utilizo sin embargo el segundo término como genérico para no complicar más el lenguaje.

[14]

Gentilicio referido a la población de Mánchester o del condado del Gran Mánchester. Al igual que scouser para el caso de Merseyside, el término mancunian también puede referirse al acento propio o dialecto de esta región.

[15]

Un resurgimiento de la subcultura mod desarrollada en la década de los sesenta, impulsado por varios elementos entre los que destacan la música de The Jam o el lanzamiento de la película Quadrophenia en 1979.

[16]

En el original (Hough, 2007: 116): “I’ve seen it writ by another […] that Tottenham brought the first cockney teams up in the early casual days”.

[17]

El nombre procede del primer tren de los sábados por la mañana con destino Londres Waterloo. Los lads del Pompey dieron buena cuenta de este tren de las 6:57 h en sus viajes tanto a la capital como a otras ciudades, no necesariamente para ir al fútbol.

[18]

Apelativo por el que se conoce tanto a la ciudad portuaria de Portsmouth como a su equipo de fútbol, el Portsmouth FC, ambas entidades comparten también el mismo escudo.

[19]

Otro de los términos empleados antes de que se apodase a la escena como casual.

[20]

Término referido a los miembros más importantes que lideraban las firms británicas, se podría traducir como “capos”.

[21]

Azul, rojo y blanco para los lealistas protestantes del Rangers; verde y blanco para los fenianos católicos del Celtic.

[22]

Thornton utiliza esta expresión, que se podría traducir como “La Cosa Nostra”, para referirse a que la cultura casual –por aquel entonces aún no definida como tal– era algo auténtico, genuino y propio de la juventud obrera británica y que no estaban dispuestos a aceptar categorizaciones externas ni a que se les impusiesen pautas estilísticas o etiquetas.

[23]

Tweed es un tejido de lana grueso, áspero y resistente originario de Escocia. Suede es un término para referirse a un material de ante o gamuza, normalmente de piel.

[24]

La Militant Tendency se había quedado a cargo del gobierno municipal, posicionándose en contra del establishment político. Ignorando las restricciones presupuestarias del gobierno central, iniciaron un programa de construcción de viviendas que situó a la ciudad en una lucha no solo con los Tories, también con el Partido Laborista (Thornton, 2012: 120).

[25]

Una especie de filtración de un espíritu hippie en la cultura casual, que motivó una fiebre por discos de segunda mano de bandas como Pink Floyd, Genesis o Gong. También artistas como Jimi Hendrix, Bob Dylan, Bob Marley o Frank Zappa, quien cosechó un extraordinario éxito en Liverpool (Wannabes Fanzine: 8).

[26]

Muchas de ellas recogidas por Martin Fletcher en su libro 56: The Story of the Bradford Fire.

[27]

La final disputada en el Olímpico en 1984, dejó importantes incidentes entre aficionados de Roma y Liverpool. Los locales, muy cabreados por la derrota en los penaltis, tendieron una encerrona a los ingleses a la salida del estadio y les complicaron de buena manera la vuelta a los autobuses y hoteles. Hubo numerosos apuñalamientos, lanzamiento de botellas y ladrillos, etc. Los ingleses respondieron y la cifra de heridos fue equitativa en ambas partes. Hooton cree que estos hechos estuvieron presentes en la mente de los ingleses en la final de Heysel, pero que nunca vio un ánimo de venganza en lo sucedido (Thornton, 2012: 149-151).

[28]

La FIFA añadió otro año de sanción más a los clubes ingleses debido a un incidente ocurrido al año siguiente. En el ferry Koningin Beatrix camino de Ámsterdam, lads del Manchester United y del West Ham protagonizaron una tremenda batalla campal a bordo, obligando al barco a retroceder al puerto de Harwick temiendo por la seguridad de los 2.000 pasajeros. El resultado: 14 arrestos, numerosos apuñalados y otros tantos heridos (Routledge, 2013: 213).

[29]

En inglés coloquial conocidos como police spotters, encargados especialmente de este tipo de objetivos.

[30]

Escena juvenil surgida en el Norte de Italia al tenor de la revolución consumista de los años ochenta, protagonizada por chavales de clase media y alta que se distinguían por vestir ropa de diseño. Algunas de sus prendas características eran, entre muchas otras, botas Timberland, Levi’s 501, bombers Alpha Industries, náuticos Sebago, sudaderas Best Company o coloridas mochilas Invicta.

[31]

Referentes de esta línea son Steve Redhead, con numerosos estudios sobre subculturas, y Sarah Thornton con su obra Club Cultures, la más completa e innovadora dedicada a tal fenómeno.

REFERENCIASTop

Hall, Stuart y Jefferson, Tony (editores) (2014) Rituales de resistencia: Subculturas juveniles en la Gran Bretaña de postguerra. Madrid, Traficantes de Sueños.
Hewitson, Dave (2014) The Liverpool boys are in town: The birth of terrace culture. Liverpool, Bluecoat Press.
Hewitson, Dave (2017) “How The 1970s Golden Era Of Wimbledon Changed The Face Of High Street Fashion And Inspired The Casual Culture”. En The Sportsman. https://www.thesportsman.com/articles/how-the-1970s-golden-era-of-wimbledon-changed-the-face-of-the-high-street [consultado el 11/10/2018).
Hewitson, Dave y Montessori, Jay (2015) 80s Casuals. Liverpool, 80s Casuals.
Hough, Ian (2007) Perry boys: The casual gangs of Manchester and Salford. Wrea Green, Milo Books.
Jones, Owen (2013) Chavs: La demonización de la clase obrera. Madrid, Capitán Swing Libros.
Proper Magazine (2014), 16.
Redhead, Steve (2004) “Hit and Tell: a Review Essay on the Soccer Hooligan Memoir”. Soccer and Society, 5-3: 392–403. doi: 10.1080/1466097042000279625.
Redhead, Steve (2009), “Hooligan Writing and the Study of Football Fan Culture: Problems and Possibilities”. Nebula, 6-3: 16-41. http://www.nobleworld.biz/images/Redhead2.pdf [consultado el 11/10/2018].
Redhead, Steve (2012), “Soccer casuals: a slight return of youth culture”. International Journal of Child, Youth and Family Studies, University of Victoria, 3-1: 65-82. doi: 10.18357/ijcyfs31201210474.
Routledge, William (2013) Northern Monkeys: Dressing and messing at the match and more, as told by the lads who were there. Stockport, Thinkmore.
Thornton, Phil (2012) Casuals: Football, fighting and fashion. The story of a terrace cult. Wrea Green, Milo Books.
Wannabes Fanzine (2013), 1.