EDITORIAL |
La capacidad de hacerse preguntas, de interrogarse sobre cuestiones nuevas cambia los marcos en el estudio de la historia, lo mismo que en el terreno de la ciencia. Muchas veces, más que tratar de encontrar nuevas respuestas a añejas preguntas, resulta más provechoso para el investigador reformularlas, e incluso cambiar por entero la interrogación. La historia cultural comparada, la confrontación de culturas distantes, ya sea espacial, social o temporalmente, suele ser un buen medio para lograr aquel fin. El saber, el sentir, el deseo poseen gran fuerza y capacidad de atravesar fronteras, las cuales bajo su impulso se hacen permeables. Los cambios en el espacio y en el tiempo, en las pautas de conocimiento y en la valoración de las emociones permiten articular nuevas miradas de interrogación y dan origen a planteamientos nuevos.
La revista Culture & History ha dado hasta aquí muestras de su propósito de atravesar fronteras disciplinares con el primer dossier editado por Rafael Sagredo y Manuel Lucena que rotulamos History through Travel and Travelers (n.1/2), y que trataba de recoger la poliédrica mirada del viajero –curioso, esteta o artista, comerciante, científico o político–, una mirada proyectada sobre los mundos que va descubriendo, y en la que prevalece aquella subjetividad que le permite captar la novedad sin olvidar su propio equipaje, la experiencia vivida que actúa de tamiz. El innegable poder que proyecta esa mirada le permite al viajero gozar, modelar, calificar y valorar, en definitiva juzgar la novedad, apropiarse de ella y hacerla suya en diversos sentidos. Su pasado, lo vivido hasta ahí, le impone un juicio apreciativo o despectivo, pero también lo dota de propósito y determinación para afrontar la vuelta. A partir de ese punto, el viajero escribe –o bien, pinta, modela o compone– para el lugar al que vuelve otra vez, el que reencuentra, pero también para el que ha abandonado, aquel –nunca olvidado ya, ni independiente– que deja atrás. Lo hace más de una vez con sentimiento, entusiasmado con aquello que ha sido ante sus ojos “nuevo”, ya fuese semejante o bien distinto de lo visto hasta allí. Una emoción de primer orden, la emoción estética, lo lleva en busca de la belleza allá donde se dirige, esos lugares a los que acude con percepciones previas que unas veces aplica, y otras olvida nada más contrastarlas con lo que ve. Durante toda la modernidad, geógrafos y antropólogos, artistas, comerciantes y científicos, recorrerán el mundo bajo distinta inspiración, nunca ayuna de inspiración estética y connotaciones emotivas. Lo bello viajará en dibujos o cuadros, en maletas o grandes contenedores, en escritos o músicas, o simplemente en mentes y recuerdos.
De la misma manera el dossier coordinado por Brígida M. Pastor (n.2/1), Gendered Gazes around the Twenty-First Century, nos hablaba de emociones y articulaciones culturales diversas, novedosas, que aplican variados enfoques a la definición de la belleza. Si aquel otro grupo de trabajos exploraba sobre todo escritos y pintura como fuentes, este le añade el cine, en una importante novedad de análisis para una revista como esta, que quiere normalizar en la investigación histórica cultural no solo las temáticas mixtilíneas sino todo tipo de fuentes y formatos. Género y sexualidad se imponen por sí mismos en este marco de apertura de usos e instrumentos, percibidos a través del texto, de la imagen o el sonido, como un objeto de estudio que elude las fronteras disciplinares rígidas y apunta al sentimiento como horizonte amplio. Son, pues, nuevas preguntas, nuevos enfoques, que aspiran a ofrecer más de una vez hallazgos diferentes e inesperados.
En la misma posición de partida, abordamos esta vez, en el dossier titulado Re(discovered) Beauties, una perspectiva más ligada a la obra de arte. La idea de la belleza, qué entendemos por “bello” y qué puede llegar a serlo, es a nuestro modo de ver –el dominante hoy en día–, sobre todo un concepto cultural, aunque siga importando su profunda vinculación al mundo de las ideas y la filosofía (Tatarkiewicz, 2002). En la atractiva Historia de la belleza editada por Umberto Eco (2004) se recorren algunos de esos trayectos históricos que afrontan la consideración estética como un producto derivado de la época y el lugar, de los actores sociales y de las particularidades culturales, y se hace ya sin temor alguno a ser tachados de relativismo. Las distintas ideas, los diversos modelos de hermosura y fealdad retornan y se desarrollan, acaso transformados, en épocas diferentes y reaparecen en obras y escritos de teóricos, de escritores y artistas, que viven alejados y sin contacto unos con otros. Junto a los puramente estéticos, son los componentes históricos, sociales, económicos, políticos y de inspiración nacional (León Gómez, 2012) los que gobiernan nuestros patrones de belleza, y es cierto que, en una misma época y en un mismo lugar pueden convivir formas bien diferentes de entender lo bello. Y es así, en esta convicción de que la definición y estimación de la belleza no son absolutas ni inmutables, por lo que en los estudios culturales no se buscan ya reglas únicas o incluso muchas veces ni patrones, sino el contexto en que se dan las diferencias.
Siendo costoso el compartir la afirmación de que la belleza es independiente del deseo, o de la posesión (legal o ilegal, intelectual o emocional), no es difícil en cambio estar de acuerdo con el crítico literario Edward Saïd, cuando en su muy citado Orientalisme (1980) describía esa ansia de posesión del viajero, el explorador o el conquistador. Si las culturas significan un esfuerzo por la significación, el entendimiento y la expresión emocional de la belleza, de la misma manera las culturas se ven concernidas por el deseo de control y afirmación de poder, de jerarquización y clasificación, por la pulsión de posesión, en fin. En el encuentro con lo que es diverso y ajeno siempre hay presentes pensamientos, sentimientos y deseos encontrados, afanes de posesión o protección, pero también de destrucción. Se encuentra (o no se encuentra …) lo que se busca, como Flaubert en su Viaje a Oriente, por el camino entre Atenas y Eleusis: “¿Dónde está el famoso puente donde los mozos de Atenas venían a abroncar a las mujeres que iban a los Misterios? Si mis recuerdos no me engañan, había un bosque de adelfas al lado, en el que la gente se escondía. Sin embargo, durante todo el camino no he visto ni una sola adelfa.” (Flaubert, 2012: 7) La falta de esa planta simbólica por excelencia muestra el cambio operado en la cultura griega, ajena a la fijación literaria: más de una vez esa belleza que buscamos está en nosotros, en el arraigo de los mitos y las asignaciones simbólicas, en las creencias, opiniones u obsesiones que forman exigencias personales regidas por la emoción. El renacer de Perséfone siempre hace que nuestra naturaleza se estremezca.
Saïd había descrito con acierto la justificación que hacen los viajeros franceses de su íntima “vocación existencial” (Saïd, 1980: 197): Nerval y Flaubert buscan prestigio en lo antiguo y exótico (ya sea sentimientos y sueños o se trate de patria y religión), explorando los registros estéticos y vivificando los nexos entre pasado y presente por medio de la imaginación. Atrás quedan ya las expediciones imperiales, la científica de Napoleón a Egipto siguiendo la inspiración de Volney, la recuperación del clasicismo y el recuento de material artístico y científico que hizo el emperador en sus conquistas, lo mismo que el viaje de un Chateaubriand a la zaga de un genio del Cristianismo que restableciese el imperio y la civilización. Sin duda sentimiento y dominio no faltarán nunca en los grandes viajes en todas las épocas.
Los encuentros culturales, los reencuentros, se producen tanto a una cierta distancia como en proximidad, en el seno de la que por un tiempo llamamos “alta cultura” tanto como en la, también antaño, denominada “cultura popular”, dos distinciones arrumbadas por el torbellino de las tecnologías. En cierto sentido, la historia que relata el reciente documental Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012) podría acompañar la intención de este número: la historia de Sixto Rodríguez, un cantante de origen mexicano que tras sus inicios desaparece prácticamente en su país, los Estados Unidos, pero triunfa en Sudáfrica sin que exista noticia de ese éxito allá hasta pasado mucho tiempo, sin embargo recuperado –con aplauso global y relanzamiento de su carrera– por un cineasta norte-europeo de nombre árabe, en una coproducción anglo-sueca … Los misteriosos senderos de la música –hoy mil veces aligerados– abren nuevas perspectivas, a añadir a los tradicionales de la imágenes y los textos, también hoy acelerados. Otras veces, el hallazgo se produce bien cerca, al lado mismo: en 1954, por ejemplo, Jean Paul Sartre redescubría Kean, de Alexandre Dumas padre, una de sus obras menos populares, la rehacía y de nuevo la ponía en escena (Dumas, 1954). El tema del genio, tan caro al Romanticismo, estaba ahí para quien lo encontrase. Inspirada en la vida de un actor inglés, ha sido llevada varias veces al cine, alguna sobre la versión sartriana.
La cultura atraviesa por lo tanto fronteras de espacio y tiempo, con alguna restricción temática también y muy diferentes atribuciones simbólicas, de muchas de las cuales dan cuenta los cambios existentes en la apreciación de la belleza, que no siempre proceden –ni mucho menos- de influjos derivados de los patrones de Occidente. Por más que tendamos indefectiblemente a pensar desde la mirada occidental hacia el resto del mundo, la historia cultural, desde la Antigüedad clásica, está llena de ejemplos de flujos poderosos en sentido distinto: basta con recordar el entusiasmo de Alejandro por las costumbres y riquezas de Oriente, o en general el torrente de imágenes y narraciones que haría de Roma el cruce permanente del saber múltiple del Mediterráneo. Según una vieja afirmación, el poder (y con él la cultura) viaja hacia el oeste, con el Sol.
En el Renacimiento, el interés por la infinita América, el Nuevo Mundo del descubrimiento, nos deja ver, por poner un ejemplo extraordinario, a un Alberto Durero que tanto iba a entusiasmarse con las melancolías italianas como a gozar de la curiosidad americana. El espíritu de la Ilustración europea mirará a la vez hacia Oriente y hacia África, también a su propio pasado, y si la influencia de las chinoiseries se alberga en el estilo rococó, las excavaciones de Pompeya impondrán al tiempo la decoración pompeyana. El intimismo que el europeo siente en sus decoraciones, pinturas, lecturas o armonías se conecta con lejanas bellezas, en el tiempo, en la distancia, en la cultura. El Romanticismo incrementa la pasión por lo nuevo y distante, lo desconocido e incluso peligroso. Queda, en fin, recordar la pasión por las identidades originarias americanas que se extiende por Europa en la época de las independencias, imágenes que el Romanticismo y el Historicismo plasmarían icónica, literaria y musicalmente.
El descubrimiento de lo antiguo al servicio del presente (y a veces también del futuro) entronca con las temáticas del tesoro y el secreto, como en aquellos viajes del XIX y principios del XX de potentados americanos, en busca de riquezas del viejo mundo, que han permitido configurar algunas de las mejores colecciones de arte trasatlánticas; lo recuerda Georges Perec en El gabinete de un aficionado (1989), donde asistimos a la catalogación y subasta de una imaginada colección de esa índole. El cuadro dentro del cuadro, la ficción dentro de la ficción nos hablarían del deseo de poder económico, de afirmación personal y social, de venganza quizá, de recreación de la pérdida, de al menos la belleza poseída ... La persecución de la obra de arte remite también al asunto del pasado mitificado o glorificado, al paraíso terrenal o la Arcadia feliz. Se encontraría algo valioso, desconocido y escondido, pero a la vez se entronca con la tradición, con la afirmación validada de presente y futuro por medio del pasado; con objetos, con valores, con emociones que perviven gracias a la tradición y la antigüedad, la estética y, en definitiva, su confirmación a través de la ciencia.
En la investigación cultural es abundante la inquietud por desvelar las razones y firmeza de la reiterada presencia de temas o estilos de una cultura en otra atravesando épocas y fronteras. Una presencia que puede ser constante, como es el caso del clasicismo greco-romano, que nunca abandona la historia de las formas culturales en Occidente incluso en ciencia, medicina, o en psicología, además de inspirar pautas de vida cotidiana y ofrecer claves de conversación. Pero otras veces surgen de pronto estilos o formas que no estaban presentes o que, en apariencia al menos, habían desaparecido (así la pasión por Egipto y otros orientalismos, como China o Japón). De ser así, solemos atribuirlo convencionalmente a alguna causa de tipo cultural, económico, bélico o político, o a la irrupción contingente de personajes que se han interesado por lo distante y lo distinto, lo cual nos llegaría –por razones coyunturales– unas veces como “antiguo” y otras en cambio como “nuevo”: esa serie de artistas, estudiosos, negociantes, viajeros, misioneros o aventureros que están en el origen de la apertura de esas rutas nuevas, con el consiguiente aumento de su influencia cultural.
A veces las novedades llegan como complemento de lo tradicional, pero otras veces suponen cambios enérgicos, contrastes fuertes que orientan poderosamente el sentido del gusto y de la moda. Nuestra misma subjetividad es un magma confuso de gustos que apenas conseguimos explicarnos: ¿por qué ese objeto, por qué esos sonidos o aquella lectura nos gustan o no …? Parecería fácil responder en principio: está en nuestra tradición, en nuestra educación, en nuestro derredor. Pero en otras ocasiones no podemos trazar ninguna relación ni semejanza, y tal vez despreciamos lo que antes habíamos amado. Hoy estos cambios son cada vez más rápidos y los contrastes más fuertes, cuesta seguirlos, y más aún explicarlos, y explicárnoslos. Los medios de comunicación, la globalización imponen su tiranía: “Nuestro explorador del futuro ya no podrá distinguir el ideal estético difundido por los medios de comunicación del siglo XX en adelante. Deberá rendirse a la orgía de la tolerancia, al sincretismo total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza” (Eco, 2004: 428).
En cierto modo, coincidimos aquí con el intento de Stephen Greenblatt en El giro (2012), de reciente publicación en España con excelente traducción. Centrado en el hallazgo, a principios del siglo XV, del De rerum natura de Lucrecio, Greenblatt recorre las rutas del olvido del texto poético, desde la biblioteca de Alejandría hasta el ocaso del imperio romano, siempre en medio de terribles disputas religiosas. La casualidad del encuentro del manuscrito la inscribe luego en un ambiente interesado por la renovación de la cultura clásica y el encuentro de textos desconocidos, con el trasfondo del afán del curioso, el coleccionista y el azar del hallazgo, pero también con la necesidad de dar lugar a ese descubrimiento en un ambiente cultural renovado, el bajo medieval ya cansado de la miseria de pensamiento. Muchos factores influyen en el rescate del poema: la aparición del papel, una letra cuidada y hermosa para la copia, y enseguida la imprenta, tanto como los nuevos conocimientos filológicos y científicos (observación y experimentación). Las vetustas bibliotecas eclesiásticas encerraban el tesoro a encontrar: en la belleza de sus poemas, en las atractivas doctrinas sobre atomismo y cambio, sobre el placer y la libertad, arraigarían los hallazgos encadenados de que se nos habla: el de Poggio Bracciolini en una abadía alemana, el de los copistas y editores en sus despachos o talleres, el de los excavadores en un recinto de Herculano, el de los técnicos en los laboratorios de restauración de pergaminos, el del autor mismo en unas cajas de ofertas en su universidad …
Pero el motivo central se debería al apasionamiento de los humanistas renacentistas por los viejos pergaminos, refugio y escape ante las guerras y miserias mundanas y la obstinación por igualar la perfección única de los clásicos. Pretendían conseguir un estilo propio y nuevo, aunque en realidad era el legado clásico y llevaba muerto mucho tiempo. Se trata una vez más de ese largo camino de la escritura que nos han mostrado, entre otros, Fernando Bouza en Corre manuscrito (2001) o Roger Chartier en Cardenio entre Cervantes y Shakespeare (2012).
Este número de Culture & History presenta algunas de esas recuperaciones culturales y pretende indagar en los descubrimientos e invenciones de elementos artísticos de una cultura por parte de otra. Veremos, claro está, desfilar a artistas y estudiosos, pero también a colectivos sociales, los públicos, y a poderes diversos. Unas veces la belleza se nos mostrará encontrada más o menos casualmente y otras veces aparecerá recuperada con acciones académicas, comerciales, culturales o políticas, pero siempre viajando de una cultura a otra entre países y continentes. Luis Ángel Sánchez se ocupa de la valoración de las “razas” coloniales en las exposiciones internacionales. El este americano recupera el oeste, y las exhibiciones universales se llenan de imágenes estéticas ajenas. Se ha encargado a Miguel Cabañas reconstruir el redescubrimiento del arte del exilio español republicano, mostrando el rescate de esa pintura por comerciantes y políticos, estudiosos y artistas. Víctor Fernández, por su parte, estudia los hallazgos de las ruinas jesuitas en el lago Tana en Etiopía, abandonadas en plena naturaleza y que ahora vuelven a la luz. La directora del Museo Nacional de Escultura, María Bolaños, revisa la trayectoria del Museo de Reproducciones Artísticas hasta su nueva sede en Valladolid. Elisa Garrido profundiza en la estrecha relación de Alexander von Humboldt, excepcional viajero, y ciertos artistas que inspiraron sus deseos de conocer aquellos mundos exóticos, facilitando así la creación de una de las perspectivas sobre el continente americano más perspicaces. Lanny Thompson, por último, propone una reflexión sobre la construcción de la belleza femenina tras las conquistas norteamericanas de nuevos dominios insulares a fines del siglo XIX. Sin duda, crear belleza, es siempre recuperarla.
Mi más sincero agradecimiento a Consuelo Naranjo y Carmen Ortiz, quienes de forma generosa ayudaron a confeccionar este dossier. También a Elena Hernández Sandoica, cuya labor de lectura ha sido como siempre eficaz y certera.
José Luis Peset
IH-CCHS, CSIC, Madrid
Editor
Citation / Cómo citar este artículo: José Luis Peset (2013) “Bellezas re(descubiertas)”. Culture & History Digital Journal 2(2): e021. http://cultureandhistory.revists.csic.es © CSIC 2013 This is an open-access document distributed under the terms of the Creative Commons Attribution-on Commercial (by-nc) 3.0 Spain License. |
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Bouza, Fernando ( |
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Chartier, Roger ( |
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Dumas, Alexandre ( |
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Greenblatt, Stephen ( |
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Flaubert, Gustave ( |
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León Gómez, Alicia (Ed.) ( |
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Perec, Georges ( |
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Saïd, Edward ( |
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Tatarkiewicz, Wladyslaw ( |